“Yo quiero morir como mi padre: durmiendo. Y no como sus pasajeros: gritando” Eso suele decir un amigo, con un sentido del humor más negro que el mío, que ya es decir.
Y eso es lo que ha estado a punto de pasarles a un buen número de pasajeros de un avión de la compañía de bajo coste JetBlue. Al parecer, a uno de los pilotos que conducía el aparato se le fue la olla y comenzó a gritar que había una bomba puesta en el aparato por Al Qaeda. Una ya no sabe si eso puede ser producto de viajar en compañías de bajo coste -y es que cada vez elegimos peor “nuestras compañías”- o puede ser resultado de la psicosis terrorista que está enloqueciendo al mundo. No hace tantos años en los que encontrarse… un móvil, por ejemplo, o un paquete caído al descuido era causa de alegría: siempre podía ser un buen fajo de “filletes”. Pues ahora, eso, o sea: la “causa de nuestra alegría”, lo dejamos para la letanía de la Virgen y ya está. Y, si nos encontramos un objeto tirado de mitad de la calle, y no digamos ya si el sitio es un tanto… escabroso, por muy valioso que pueda resultarnos la cosa, salimos corriendo para el otro lado mientras desenfundamos el móvil para llamar a la policía.
El mundo es cada vez más inseguro y, al mismo tiempo, nos obliga a estar en continuo desplazamiento, todo está cada vez más lejos: el trabajo, el hogar, la casa de los padres… los centros comerciales, los lugares de vacaciones… que esa es otra: olvídense de visitar lugares que hasta hace poco era paraísos: Siria, sin ir más lejos. Como les decía, los sitios hasta donde tenemos que ir y venir de continúo parece que los anden desplazando cada vez más lejos y ahí estamos nosotros: arriesgando nuestras vidas en coches, motos, trenes, aviones… con el peligro que encierra en sí ese ir y venir y con el plus añadido de que cada día hay más volados a los que no les importa cruzar de barrio si eso hace que crucen con él un buen número de “enemigos”. Aunque quienes le acompañen no tenga pajolera idea de esa enemistad.
Es verdad que ahora pasar por los controles de un aeropuerto saca de quicio a más de uno. He vivido de cerca las airadas protestas de algún que otro pasajero, Cosa, por otra parte, que no entiendo, puesto que esos psicóticos controles no hacen sino protegernos. Pero comprendo que quienes están viviendo de continuo esos controles y, sobre todo, manteniendo esa tensión y la angustia de que se te pueda colar algún pirado con el culo lleno de bombas… pues termine con un ataque de locura como el pobre hombre este.
Lo más irónico del caso es que el avión iba lleno de expertos en seguridad que asistían a un congreso sobre… ¡tatatachán! seguridad. Y, además de otras series de circunstancias casi increíbles, viajaba como pasajero otro piloto que iba de vacaciones y que dudo sustituir al pirado a los mandos. O sea, que ese día se les apareció a todos la virgen del seguro vuelo.
Y lo peor de todo, como siempre, la curiosidad y el morbo de dejar constancia para la posteridad la escena. Una vez que los pasajeros comprobaron que los fuertotes de seguridad reducían al pobre loco -y que no había torres cercanas- se dedicaron a inmortalizar con sus móviles el acontecimiento pese a los ruegos insistentes de una de las azafatas.
Cuentan que, una vez, en un pequeño pueblo, a punto de salir la procesión de la virgen, se les cayó la imagen y se les rompió. El cura, con tal de no dejar sin procesión a los feligreses, ideó que una hermosa joven vistiera la túnica mariana y saliera a guisa de imagen. Al volver una esquina, el viento voló la túnica con el regocijo de los asistentes. Al pobre cura no se le ocurrió mejor recomendación para que no mirasen a la muchacha que gritar: “¡Dios castigue y deje ciego a quien mire a la virgen!”. Entonces, más de uno, poniéndose la mano en el ojo derecho gritó: “A tomar por culo el ojo izquierdo”.
Pues eso. Que pese a que la azafata gritara hasta quedar afónica que no fotografiaran al demente… ya saben la respuesta del “respetable”.
Ana Mª Tomás Olivares
Blog de la autora