Mi destino era Sicilia, isla evocadora de ensueños, allí donde Ulises navegó atravesando sus aguas, cuna de Pirandello y musa a la vez de otros tantos escritores de gran prestigio, desde Lampedusa hasta el poeta Quasimodo. Es tan hermosa que resulta imposible ignorarla, repleta de maravillas artísticas inigualables; impresionantes ciudades, como la bella Palermo, capaz de embrujarte sin remedio; como Siracusa y sus atrayentes ruinas grecorromanas, o la propia Ragusa, ciudad barroca por excelencia, que te embriaga y te transporta a una época en la que todos desearíamos estar presentes, como si de un auténtico viaje al pasado se tratase.
Me encantan los viajes literarios. Siempre lo he dicho. Desprenden un halo mágico, y revivirlos significa viajar de nuevo a esos lugares retratados con la pluma, la que todo escritor necesita usar para transformar todo en una especie de ritual, místico y profundo. El corazón palpita, el recuerdo te embarga, secuestrando tu alma, llevándola hasta allí ipso facto. Y es, en ese instante, donde aquella bendita experiencia cobra vida de nuevo, y hasta la más sencilla anécdota estalla en tu mente, con los cinco sentidos uniéndose y dando paso a un sexto, y con él… todo es posible.
Sicilia es la mayor isla del mediterráneo, con más de 25.000 km2, y casi cinco millones de habitantes. Una tierra fascinante donde las haya, repleta de vestigios de innumerables civilizaciones: sicanos, sículos, fenicios, griegos, romanos, vándalos, ostrogodos, bizantinos, árabes, normandos…
Todo ello terminó convirtiéndola, alrededor del siglo XII en una indiscutible monarquía, tan poderosa como próspera, extendiendo sus brazos incluso fuera de la propia isla, y desarrollando una civilización multicultural única en el entonces mundo conocido.
Mi primera aventura en Sicilia transcurrió en bicicleta. No resultó difícil alquilar una en Bagheria, noble villa situada muy cerca de la bella capital de la “Cuenca del Oro”: Palermo. Por treinta euros diarios fue posible recorrer el entorno y disfrutar de las bellezas arquitectónicas de Cefalú o de Monreale, o jugar a redescubrir aquella linda “dolce vita” de Mondello, en su día un pequeño pueblo de pescadores y que, desde finales del siglo XIX hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial, los ricos europeos escogieron como residencia de verano, gozando allí de una vida repleta de placeres y encantador descanso. Todo ello sin olvidarme de la propia Bagheria, allí donde durante varios siglos existió una fulgurante creación de palacios y villas, por los más brillantes y prestigiosos arquitectos del mundo civilizado.
En uno de esos viajes en bicicleta conocí a una pareja embarcada en la misma aventura que yo. Eran franceses, pero ellos hablaban un poco el castellano, así que no tuvimos problemas para comunicarnos. Se llamaban Bertrand y Sophie. Coincidí con ellos cerca de Bagheira, en un lugar llamado Porticello. Dio la casualidad, además, que se alojaban en el mismo hotel que yo, el Grand Hotel Villa Igiea en Palermo. Había pinchado una de mis ruedas, y ellos se ofrecieron gustosos a ayudarme. Fue una suerte que apareciesen, dado que yo era bastante torpe en este tipo de situaciones, y aunque llevaba una cámara de repuesto, cambiarla se me antojaba harto difícil, por increíble que parezca. Cuando Bertrand terminó, dejándome la bicicleta en perfecto estado, los tres sabíamos que acabaríamos viajando juntos en aquella fantástica semana en bicicleta…
© Francisco Arsis
hola francisco!
la semana que viene con la idea de empezar a escribir a sicilia, a recorrerme la isla entera por 5-6 semanas, si not te importa me podrias dar algun tipo de informacion al respecto……..
gracias por tu atencion