Creo recordar haberte contado ya esa historia, pequeña. En el avión no dejaba de oír la voz de tu abuela…’’Te vas al culo del mundo. Al país más pobre de todos. ¿Es que no hay chicas en los chat de España?’’…Y yo respondí que ninguna como ella. Ninguna como Theresa, mi negrita de Puerto Príncipe.
Llegué al hotel Montana al anochecer. En la cena, el camarero era cubano, con lo que, gracias al idioma, supe cosas para poder orientarme al día siguiente. Ricardo, que así se llamaba y que no olvido, me invitó a una porción de tarta de vainilla. Y con ella en el estómago me fui a la habitación. Me eché en la cama, y debió de ser la tarta u otra cosa, que no pude conciliar el sueño. Fui al baño y me tomé dosis doble de pastillas para dormir. Pero aun pasados los años, no consigo entender cómo no pude enterarme de nada.
Desperté sobre y bajo montones de cascotes; de piedras, de paredes y cristales del hotel. Tenía el colchón encima de las piernas y la cabeza sobre los brazos, los dos partidos, colocados a su libre albedrío. Caí sobre más y más escombros, dando con la cara sobre el vestíbulo. Como pude, salí al exterior sin ver nada más que luces y gente que, como yo, corría como un pollo sin cabeza. Me atendió uno de los de Médicos Sin Fronteras y caí abatido cuando desde la altura del hotel, vi que la ciudad había sido destruida por un terremoto.
Días después, en uno de los hospitales habilitados por las ayudas internacionales, una chica con la cabeza vendada se acercó a mí. Y sólo supe que era Theresa en el abrazo. Los dos sobrevivimos y hoy ella es tu mamá, pero allí, en su país, yo, tras una mala digestión de tarta, vi el fin del mundo. Ahora toma tu chupete y duerme…
En memoria de los desaparecidos por el terremoto de Haití.
Agustín Serrano Serrano
Que espl
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