EL INTRÉPIDO CABALLERO. Por Francisco Arsis Caerols

Mondello

I. JULIO 1927. FLOR DE NÁCAR

Ayer la lluvia nos cogió por sorpresa a mi amigo Vincent Saint-Paul y a un servidor cuando acudíamos a la Residencia de Estudiantes. Mi interés se centraba en recabar información de la biblioteca y el resto de las instalaciones, en aras de un futuro trabajo que me sacara de mi precaria situación económica. Vincent había decidido unírseme en el último instante dado su interés por conocer el edificio. De todas formas tuvimos suerte a la salida casi dos horas después, pues en aquél momento el sol lucía ya radiante, una tarde veraniega más en definitiva, pero de esas que invitan a sonreír y pensar que la vida puede ser bella. Y aún no había tenido ocasión de transmitir verbalmente a mi querido amigo esta sensación de aparente felicidad, cuando ella apareció ante mis ojos por vez primera. Jamás había tenido la ocasión de contemplar una mujer tan bonita como Alexia Carvajal, que así se llamaba aquella muchachita de perfectos bucles dorados, como bien supe a través del propio Vincent. Él la conocía desde hacía algún tiempo, al coincidir ambos en una de las pruebas hípicas más importantes de la reunión cortesana madrileña. Alexia era dueña de una preciosa yegua llamada Viva mi Niña, y aquél día resultó poco menos que catastrófico para ambas, al traspasar el pobre animal la línea de meta en último lugar. El primo de Vincent, un mediocre jockey que solía participar en las carreras, aunque ganador en aquella ocasión, fue el encargado de presentarles. Ella estaba furiosa, pues había deseado ganar a toda costa, y al acercarse aún enrabietada para felicitar al vencedor, quiso la casualidad que justo en aquél instante Vincent se hallara a su lado. Desde entonces surgió una discreta amistad entre ellos, si bien afianzada al coincidir en diversas ocasiones en todo tipo de actos sociales, eso sí, de cierta envergadura. No resultó difícil, entonces, que mi amigo me presentara aquella belleza tan singular.
-Encantado de conocerle, señorita Carvajal, -dije, besando su linda mano derecha después de una breve inclinación de mi cabeza -y perdone usted mi atrevimiento, pero su presencia me inspira la imagen de una perfecta flor de nácar.
-Vaya, señor De Vidal, es usted muy adulador, y también gran observador, -respondió con una pequeña sonrisa dibujada en sus labios -pues sin duda debe haberse fijado detenidamente en el adorno que luzco en el hombro izquierdo.
-¡Oh, usted supera en belleza a esa flor que luce con creces, créame! -dije, utilizando una de esas miradas seductoras que tenía a menudo tan bien ensayadas.
-Me parece que tendré que protegerme de sus garras, un tanto afiladas, señor De vidal… ¿No lo crees tu así, mi querido Vincent? -inquirió finalmente a este último, al tiempo que le dirigía una más que astuta mirada.
-Manuel es así, Alexia, pero no debes preocuparte. Todo es “fachada”, nada más. Es… su costumbre cuando se trata de ser presentado a una mujer.
-Bueno… me he sentido muy halagada, así que no debes justificarle, Vincent.

Debo reconocer que esta increíble mujer acabó desarmándome por completo. Sobre todo al cruzar por última vez, antes de la despedida, nuestras miradas, pues en sus encantadores ojos me pareció contemplar una maliciosa alegría, cuando menos a la vez alentadora. Y sólo al verla partir me fijé con mayor detenimiento en su precioso vestido de crespón amarillo, haciendo juego con la flor de nácar en el hombro, sus zapatos de seda y el sombrero diablesco de fieltro que remataba su elegante figura, por no decir sus pendientes y collar de perlas que culminaban una exquisita e inigualable combinación.

Vincent, creo que acabo de sufrir un hechizo -le dije a mi amigo poco después, mientras caminábamos de regreso a nuestras casas.
Ambos vivimos en el mismo edificio, ocupando un par de pisos de un total de diez, repartidos en cinco plantas. Mi estimado amigo vive en el segundo izquierda, mientras que yo lo hago justo un piso más arriba, es decir, en el tercero izquierda.
-Eso me suena. ¿Seguro que no me lo has dicho alguna vez? -objetó irónicamente Vincent.
-No. Es decir… que lo que siento es algo nuevo, especial, ¿comprendes?
-Sí, sí… comprendo -asintió él, aún con mordaz mirada dibujada en su rostro.
-No me mires de esa forma, hombre, que te estoy diciendo la verdad -dije al fin, no sin cierto atisbo de crispación.
-Bueno, bueno, no te apures. Te creo, Manuel. Alexia es una mujer muy bonita, de eso no me cabe duda.
-Ni a mí, Vicent, ni a mí…

Un sexto sentido me advirtió que esta linda mujer volvería a cruzarse en mi camino, y para entonces… ya procuraría no desaprovechar la oportunidad de conocerla un poco mejor. No podría perdonarme el permanecer de brazos cruzados ante semejante vendaval femenino.

Poco después de dejar a Vincent, acudí a un pequeño restaurante para cenar, aún a sabiendas que me hallaba con apenas cinco míseras pesetas, y era todo el capital del que disponía. Estos últimos tiempos me siento tan optimista que, de alguna manera, presiento un futuro cercano esperanzador, así que a pesar de las dos pesetas que invertí en la suculenta cena, postre incluido, mi mano no temblaba al desprenderse de capital tan importante a día de hoy. Mis posibilidades de éxito personal siguen intactas y mi autoestima aumenta también a pasos agigantados, especialmente cuando anoche sentía que era observado positivamente, y bajo cualquier circunstancia, por la mayoría del sexo opuesto que se cruzase en mi camino. Y tenía claro que Alexia Carvajal… no había sido una excepción.

Sabedor de que una famosa exposición artística tendrá lugar esta misma noche, en el Círculo de Bellas Artes, y que sin duda alguna contará con la asistencia de la señorita Carvajal, aprovecharé la ocasión que se me brinda para acercarme a su persona y tener así la oportunidad de conversar con ella, tal y como es mi honrosa intención. Creo que la exposición trata sobre orfebrería portuguesa, y como no ando yo muy puesto en este tipo de obras, y lo mismo me da que sea portuguesa que compostelana o cordobesa, que ni maldita idea tengo, tendré que informarme esta misma tarde en la biblioteca, abusando una vez más de la ayuda de mi apreciado amigo Vincent, que bien conocerá mejor que yo donde paran los volúmenes que interesan al respecto.

Ahora tendré que consumir una de las tres pesetas que me quedan, hasta bien no encuentre un trabajo digno con el que mantenerme. El problema es que, de seguir así, es más que probable que mañana a estas horas ande con los bolsillos vacíos. No quiero abusar de la amistad de mi amigo Vincent, pero creo llegado el momento de que me eche una mano y me ayude a encontrar algún empleo. Mi vida bohemia debe finalizar de una vez por todas, pero no pienso renunciar a mi espíritu aventurero, que es lo que al fin y al cabo me mantiene en un optimismo que no desearía perder, suceda lo que suceda. Por supuesto, huelga decir que no abandonaré mis escritos aunque no pueda colarlos en ninguna redacción que se precie, por el momento. Desde luego, ya podría Vincent acordarse de mí en ese sentido, sabiendo como sé que trabaja de gacetillero en un importante periódico madrileño…


© Francisco Arsis Caerols

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