«Pero el caso es que eres judío, dice mi hermana. Eres un chico judío, más de lo que tu te crees, y lo que estás consiguiendo es hacerte un desgraciado, lo único que consigues es desgañitarte gritando contra el viento…»
Alexander Portnoy es un judío, mal que le pese. Es un judío que sufre, que recuerda, que le habla a un psicoanalista de sus pesares, de sus obsesiones, sexuales la mayoría, del agobio materno, del agobio paterno, de sus ganas de crecer y el impedimento que le suponen la presión de sus padres en su crecimiento personal.
Y la historia de sus obsesiones sexuales, de su parcela íntima que nada tiene que ver con como se comporta en público. La dualidad. Todos tenemos algo íntimo que contamos al psicoanalista, bueno al menos lo contarán los que van.
Y es en esa dualidad dónde nos encontramos con una crítica salvaje a la sociedad que habita, judía y norteamericana, pero sobre todo judía. Aunque salvando las distancias, uno ve la crítica a cualquier sociedad. A los trajes de los domingos, al pésame señor en nuestro caso, a la buena cara en el concierto mientras dentro estás pensando en otra cosa. Si fueses Alexander Portnoy en dónde hacerte una paja o echar un polvo. Pero quizá todos pensamos en eso, en el sexo como salvación mientras hacemos nuestro trabajo o asistimos a una conferencia. Lo que disfrutaríamos si pudiésemos meternos en la cabeza del chico que asiste al lado a la conferencia. Porque si nos viésemos desnudos ante el mundo no nos diferenciaríamos mucho de Alexander Portnoy, porque además se disfruta un montón leyéndole, porque acabas con la sonrisa en la boca con muchas de sus disquisiciones, y porque al fin y al cabo, todos tenemos un trauma paterno y todos nos sentimos en cierto modo culpables frente a nuestros instintos.
Nos identificamos con Alexander Portnoy, nos sentimos él. Nos psicoanalizaríamos a su lado. Cogeríamos su mano y le diríamos que no pasa nada. Odiaríamos y amaríamos a su madre judía y agobiante. Incluso seríamos una de ellas, de las madres agobiantes. Y lo leeríamos. Es un buen momento. Le acaban de conceder El Príncipe de Asturias de las letras. Bueno a Portnoy no, a Roth, pero igual se siente como un hijo premiado, como el perfecto caballero que ha conseguido que el padre que odia haya sido premiado. Un hijo pródigo que volverá a los brazos del padre lloroso y confeso. Qué le dirá que ya nunca jamás entrará en un cine porno ni se hará una paja. Un hijo dichoso con un premio bajo el brazo.
¿Y usted, querido lector, va a quedarse sin sentirse por un segundo Portnoy? ¿Va a seguir viviendo sin descubrir entre sus letras un reflejo de una sociedad que apenas conoce pero es también la suya? Vaya y lea. Descúbralo. Disfrútelo.
Maite Diloy (Brisne)
Colaboradora de Canal Literatura en la sección “Brisne Entre Libros“
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