Mi padre, que se marchó por la puerta trasera sin decirme adiós, era un ferroviario que una maldita enfermedad le dejó tirado en un Hospital de Madrid, con el silencio de los muertos. Siempre lo busqué y siempre me contestaban que estaba en el cielo. ¡Qué crueldad!.
Mi madre, porcelana fina envuelta en el manto de sus rezos, quería que su hijo fuera Cura para poder ser la ama de llaves, tan en los pueblos, allá por los años del franquismo de los setenta.
También ella, sin conseguirlo, se fue deprisa cual ráfaga de viento abre una ventana. Solamente conoció la sotana de su hijo en el último año de Noviciado.
Mis cuatro hermanos, todos tan lejos y tan cerca, soñando en recorrer la vía estrecha de la vida buscando un porvenir incierto.
Todo ha sido un sendero lleno de ilusiones,un largo rail que me llevaba a la estación más próxima,bajándome del último vagón para subirme de nuevo al próximo tren que me acercaba al nuevo apeadero en donde oteaba el viento de nuevas singladuras.
Ya me he hecho mayor y mis manos con las arrugas plegadas al trabajo se levantan al infinito llenas de amores, silencios, tristezas y energías; con prados y montañas, ríos y mares, riscos y playas donde se desnudan cada día las olas del mar en un excitante ruido de espumas y algas.
Sé, ahíta, porque tu aliento me llega, que te encuentras muy cerca preparándome el camino que no pudistes hacer agarrándome de la mano. Tu también mi ama, porcelana fina, mi cieguita tan joven que cuando yo te susurraba a Machado, Lorca y el de tu tierra Chamizo, dejabas caer por tus ojitos cerrados unas perlas de lágrimas que a mí me estimulaban para seguir recitándote más versos. Tu hijo, el que iba para Curita de pueblo, te pide disculpas y desde estas letras te comunica que soy lo que tú quisistes: Feliz en un sendero dificil, en donde mis manos aprietan manos, mis brazos abrazan y mis besos estallan sobre rostros a veces hostiles.
Francisco Gragera