Ella, cuando camina, se vuelve azul y un suspiro.
No dice nada… sólo un suspiro.
En la alborada el alpiste brota en su cabellera
y baja el rocío para dejarle caireles color de aliento.
Sobre su torso un arco iris detenta el fresco de la mañana
que se bifurca en su cadera como racimos cual lima fresca.
Y en sus ojos… No dice nada, sólo un suspiro.
Va llena de juncos y del sereno que la recubre.
Tiene los labios color de trino.
Para dormirse, retoza en velos y se hace luna.
Y cuando su boca abre… No dice nada, sólo un suspiro.
El cielo baja para adornarle sus cejas
cuando libera esas pupilas de jardinera.
Y cuando habla… No dice nada, es un suspiro.
Cuando me toca tiene la cauda color de rosa
de alguna sombra de mariposa.
No dice nada… sólo me toca.
Parece una burbuja cuando se mueve,
y el alba acude y la sostiene
para que transparente vuele y así se peine.
No dice nada… sólo en mi boca.
Tiene el respiro de las alondras
y en un sollozo siempre se posa.
Al inclinarse la tierra se alza y la vuelve flora para mojarla.
Cuando ella besa… No dice nada, sólo mi boca.
Se vuelve soplo, un gran suspiro… ¡No dice nada!
Su lengua condensa el tiempo
y así lo exhala en su mirada.
Tiene sonrisas que se diluyen
y luego aparecen revoloteando
cual fueran cisnes que van graznando.
Ella… se vuelve un soplo aquí en mi boca.
Y no dice nada…
Sólo en mi pecho habla y siempre retoza.
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Salvador Pliego
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