Me refiero al filósofo de origen judeoespañol Baruj Spinoza, que debiéramos llamar Benito de Espinosa, porque provenía de un pueblecito de Burgos (Espinosa de los Monteros, o quizás de Espinosa de Cervera, o incluso de Espinosa de los Caballeros, en Ávila, cuya familia tuvo que huir a Portugal y de ahí pasó a Holanda). Espinosa es seguramente el más importante filósofo moderno, cuya influencia abrió el pensamiento a la ciencia y a una nueva espiritualidad, libre de los dogmas religiosos.
Ha coincidido mi lectura de Espinosa con una visita del lama Geshe Lobsang Dhonden a Madrid, al que he tenido la fortuna de conocer personalmente. Sin proponérmelo, las ideas de Espinosa se han mezclado con las del budismo sereno y lúcido de Lobsang, y de ahí nace este breve hilvanado de ideas, pues pensar no es otra cosa que relacionar o establecer lazos entre palabras y pensamientos que antes han permanecido separados.
Dice Espinosa: “Nosotros no intentamos, queremos, apetecemos ni deseamos algo porque lo juzguemos bueno, sino que, al contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo intentamos, queremos, apetecemos y deseamos”. Cualquier idea del bien y el mal, por tanto, pertenece a la esfera de lo humano, no es un atributo de la naturaleza en sí, sino que tiene que ver con nuestras necesidades. La necesidad primera de todo es la de permanecer o perseverar en el ser.
Todo lo que hacemos está determinado por nuestra naturaleza. Libertad y determinismo no son incompatibles. Libertad es conocimiento y aceptación, no la capacidad para hacer cualquier cosa o de cualquier modo. Cuando acepto la necesidad y mejor conozco los determinantes de mi conducta, mayor libertad alcanzo, mayor control de mí mismo.
Espinosa se opone a cualquier idea metafísica de la libertad o la voluntad. Dice, por ejemplo, que “ningún afecto puede ser reprimido a no ser por un afecto más fuerte que el que se desea reprimir, y contrario a él”. Sabia afirmación que va contra todo voluntarismo inútil o contra todas las terapias basadas en la omnipotencia de la mente o el esfuerzo.
No distingue Espinosa entre Dios y la Naturaleza. El Universo no es una creación divina, sino algo inmanente a la Substancia. Tampoco separa el cuerpo y el alma: son dos modos de una misma sustancia.
Cuando escuché a Lobsang Dhonden me di cuenta de la cercanía de las ideas del budismo con las de Espinosa. Hemos de aceptar que en nosotros hay un dualismo básico: sufrimiento y felicidad, tristeza y alegría, confusión y claridad. Nuestra libertad consiste en ir haciendo que disminuya el polo del sufrimiento y lo negativo, e ir elevando el de la claridad y lo positivo. No podemos destruir ni combatir el mal, el dolor o la confusión, directamente, sino acentuando todo lo contrario: enfocándonos en lo positivo, la alegría y la claridad.
Este es el camino que nos conduce al Buda, que no es ni un Dios ni un Semidiós (el budismo no es una religión, sino una filosofía de vida), sino el estado de perfección e iluminación.
Desde el budismo se entiende mejor esa afirmación de Espinosa: La Substancia (o sea, Deux sive Natura, lo que existe por sí y para sí, uno, único, eterno e infinito) “existe por el infinito gozo de existir”. Y aquello de que “el amor intelectual a Dios”, o sea, la unión de la mente con la Naturaleza, es la aspiración última del hombre, la fuente de su mayor felicidad.
Santiago Tracón
(Foto: Ángela Trancón Galisteo)
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