A estas alturas no voy a venir clasificando los numerosos modelos y maneras de estafar al común de los mortales. Normalmente solemos referirnos, cuando nombramos la palabreja en cuestión, a engaños inmobiliarios, telefónicos, bancarios, piramidales, por Internet… pero pocas veces la utilizamos cuando nos timan el corazón, cuando nos roban la voluntad con artificios, cuando nos desvalijan el alma con tretas. Sin embargo, el mundo está lleno de estafadores y, sobre todo, muchas estafadoras. Quede claro que no utilizo el masculino y el femenino por aquello del lenguaje políticamente correcto (del que estoy hasta el mismísimo moño), sino porque quiero incidir en las ventajas que para este tipo de estafa tenemos las mujeres.
Hay un programa en una cadena televisiva que, día tras día, se dedica a exponer en su escaparate los intestinos de quienes deciden ir a la televisión a exponerlos, aunque… también exponen los de aquellos que han sido llevados con las más retorcidas de las artimañas. Pero, fíjense, no voy a meterme (al menos por hoy) con ese tipo de engaño sino con el que sufren aquellos que, a causa de la soledad, el desamor, la inseguridad en ellos mismos, o innumerables carencias físicas y afectivas, son pasto de gentuza que no merece ni el palmo de suelo que pisa.
Hace unos días, tuve la oportunidad de ver cómo a un chico se le venía el mundo encima. Empezaré por decir que el muchacho pertenecía al tipo de los muy tímidos, de ésos que desde la adolescencia han sufrido el escarnio de sus compañeros, de ésos que crecen entre mofas y burlas de propios y ajenos, de ésos que, cuando que se miran al espejo, sólo ven el despojo de un ser humano. En su soledad se había refugiado, como muchos otros, en Internet. Allí había conocido a una chica rusa, preciosa, que poco a poco fue subiéndole la autoestima y otra cosa a golpe de talón bancario porque ella estaba “deseando reunirse con él en España”, pero… (siempre hay un pero) debía dinero en su país y necesitaba también dinero para el viaje. Él fue enviándole dinero y más dinero hasta que una amiga del muchacho, harta de ver la jugada de la paya, lo llevó al programa para que éste le demostrara que la supuesta Paulova se llamaba “Mariaestafa” y que “enamorados paganinis” como él había tropecientos más.
Miren, a mí, que un señor se gaste lo que le dé la gana en putas me parece… diremos que respetable, pero siempre y cuando sea consciente de eso, y más, si es un pinta con mas kilómetros que… pero cuando se trata de una persona con tal necesidad de sentirse amado que, pese a que vea más claro que el sol que le están tomando el pelo, se niega a ver la realidad… me parece una canallada en toda regla. Sobre todo porque luego sabes de mujeres maravillosas que darían lo que fuera por encontrar a un hombre como ése que está derruido delante de las cámaras de televisión. Yo me pregunto por qué, a veces, es tan difícil coincidir… o por qué, en muchos casos, las mejores mujeres están con los peores hombres y viceversa…
Dentro de toda aquella locura de estafas y mentiras, dado que el programa iba de eso, la tarde quedó redimida por una pareja de tímidos y poco agraciados físicamente en donde los dos conocían el dolor de la burla, y la herida de la soledad y el abandono. Cuando le preguntaron a ella qué pasó para que su marido la abandonara con un niño pequeño, respondió que no lo sabía… que estuvo con muchas chicas y que el final se fue con una y los dejó. Pues menos mal que no llegó a saber que era un putero en toda regla, además de un irresponsable.
El chico contaba que las mujeres se reían de él y que no le dejaban que les mostrara cómo era en realidad.
Finalmente, él la abrazó lleno de ternura a ella y le dijo: “No sufras ya por nada. Yo estoy aquí para protegerte de todo, al niño y a ti”
Cuántos con muchas más posibilidades, en todos los sentidos (físicas, psíquicas y económicas) son incapaces de implicarse de esa manera y de decirlo de manera tan simple y tan bella.
Ana Mª Tomás Olivares – Dama Literatura 2009
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