Eva en el jardín ve a los niños correr y piensa en lo desafortunada que fue al no poder tener los propios.
Si el doctor hubiera partido por examinarlo a él primero… Pero no, el machismo de siempre hizo suponer que era ella la «fallada», cuando no, cuando la verdad es que de seca no tiene nada.
A sus cuarenta y cinco años, sabe que ya no puede ser madre, que sería una irresponsabilidad quedar embarazada ahora, sería un reto demasiado grande al Universo, a la Vida, a Ella. Pero sí sabe que está llena de amor, llena de dulces anhelos.
Camina y el mundo vuelve a mirarla. Ella es linda, es suave, de maneras delicadas y tiene en la boca la sonrisa pegada, los ojitos achinados de tanto sonreír.
Sin embargo, ella piensa que se le acabó la vida, que ya no hay nada para ella, el marido frustrado en impotente realidad, ya no vi ve a su lado. Ni ella viviría al de él…
Y así pasan los días, meses y años, en la vida de Eva, que no tuvo hijos porque la creyeron infértil, que perdió el tiempo y vivió decenios con una maldita idea errónea, que cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde, que no se ha dado cuenta que no es demasiado tarde, que se da cuenta que aún es tiempo y va y se arregla y se perfuma y sale al mundo a conquistar un amor.
En el auto, se agacha a recoger las llaves y al levantar la cabeza, una piedra le hunde el cerebro dañándolo irreversiblemente.