Extraña droga. Por María Dolores Almeyda


–Extraña droga, ¿no cree usted?

–Extraña, extraña…

–Pues aquí donde me ve, la he tomado varias veces

–¿Y no ha muerto?

–Aun no. ¿Debería?

–No necesariamente. A veces produce otro tipo de reacciones menos adversas. La muerte sería en último término. Y no es frecuente, no debe preocuparse.

–Tal vez será que no abusé de ella…

–Tal vez…

–¿Y usted la probo alguna vez?

–¿Yo? Bueno, más bien la distribuyo. Reparto, soy correo.

–¿Y nunca la probó?

–Pues si le soy sincero, nunca lo intenté.

–Por qué?

–Por que veo los efectos que produce y son tan diferentes y los conozco todos… No me atrevo. O tal vez es que no estoy hecho para ella.

–Y por ejemplo, en mí, ¿qué efecto cree que produce? ¿Cómo me ve a mí?

–A usted no lo veo mal… del todo. Pero creo que no es consumidor fiable.

–¿Cómo? ¿Qué quiere decir?

–No se ofenda. Usted, más que consumir, vive de ella. Es un poco como yo. Yo no consumo, pero soy un símbolo, vivo de ella. Usted es consumidor del modo en que las abejas lo son del polen de las flores. Va probando de todos los sabores, mezclando, y no sabe aun con qué sabor quedarse. Por eso digo que es consumidor indeciso, además de infatigable.

–Según usted soy poco serio…. y por eso no me afecta como a otros?…

–Yo no he dicho que sea poco serio. He dicho que es un consumidor indeciso, que prueba sin ganas, o busca en exceso, por eso no le afecta demasiado. Es como aquél que va al teatro porque le han repetido infatigablemente que es una buena obra y unos excelentes actores. Pero cuando lo ve y lo comprueba por sí mismo, no le parece tan bueno. Porque no supera las expectativas que le levantaron, ¿comprende?

–Entonces cree que es por eso por lo que insisto entreteniéndome en la búsqueda de diferentes tipos? Para encontrar alguna vez la que sea de mi agrado?

–Es posible…

–Solo es posible? No me da ninguna garantía.

–Usted no me la pidió, amigo.

–Pues véndame la mejor droga, la única, la definitiva, la que se quede conmigo para toda la vida, la que consiga envolverme y haga que nunca vaya en busca de otras.

–No puedo hacer eso.

–¿Por qué?

–Porque yo no vendo, le dije que distribuyo, soy correo.

–Ya sé, es una forma de hablar. Discúlpeme… Me dejará probar una vez más, hacer un último intento…? Quiero conocer los efectos de esa droga definitiva…

–Póngase allí, de espalda a la pared.

–¿Así? Me quedo aquí, ¿está bien?

–Creo que sí. Está dentro de mi arco. Llene el pecho de aire. Bien, así. Y expúlselo lentamente después. Muy lentamente. Y cierre los ojos. Cuando los abra ya no me verá a mí, pero notará mi presencia. Es un efecto.

–De acuerdo, amigo, muchas gracias. Volveremos a vernos?

–No creo… Por cierto, ¿cómo se llama usted?

–Eros. Y su nombre es…?

–Arquero.

–¿Arquero? Nunca escuché ese nombre…

–Ah, sí, es igual, otros me llaman Cupido, pero a mi edad ya me resulta un poco cursi. Aunque es igual porque no volverá a llamarme.

–¿No volveremos a vernos? –pregunta de nuevo Eros ya con los ojos cerrados y comenzando a expulsar el aire de sus pulmones lentamente, como le han aconsejado, mientras Cupido se aleja calle abajo diciendo en voz baja alguna impertinencia en referencia a no se sabe que cambio de nombre, de táctica o recursos para aumentar la clientela.


María Dolores Almeyda

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