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«En cierta época, los libros atraían a alguna gente, aquí, allí, por doquier. Podían permitirse ser diferentes. El mundo era ancho. Pero, luego, el mundo se llenó de ojos, de codos, de bocas. Población doble, triple, cuádruple. Films y radios, revistas, libros, fueron adquiriendo un bajo nivel, una especie de vulgar uniformidad.»
Fahrenheit 451 es un libro conocido. Muy conocido. Todos hemos oído hablar de él aunque no lo hayamos leído. Es un libro sobre un mundo sin libros, dónde poseerlos está prohibido, dónde aparecen los bomberos y le pegan fuego a la casa y a los libros. Pero Fahrenheit 451 es mucho más es un mundo dónde la comunicación es virtual y dónde el pensamiento único se impone. Cuando uno lee sociología de ficción se plantea si esa sociedad podrá llegar. Yo no creo que pueda llegar a existir un mundo sin libros, un mundo con imágenes virtuales colonizando las casas, sin lectura, sin letras. Ese mundo para mí no es posible, pero es cierto que la comunicación virtual se impone, con palabras, sí, pero impuesta. Además del mundo virtual, tan de moda, nos encontramos con un mundo controlado perfectamente por el poder. El poder endiosado en un pensamiento único. Como la gente no es capaz de recordar o de trabar pensamientos el poder es capaz de controlar a toda la población e incluso de atrapar al enemigo público número uno en una espectacular persecución. Lo malo es que el individuo al que atrapan no es el enemigo público, sino un pobre hombre. El poder manipula la información. La verdad no existe. La verdad es la verdad informativa. Y quizá nosotros, nuestra sociedad, va hacia ese camino. Parece que una sociedad que no lee, es una sociedad a la que se le puede manipular de un modo más fácil.
Y quizá vayamos hacia allí. Encontramos miles de géneros literarios que no nos cuentan más que lo mismo, uniformados. Nos volvemos locos por la novela histórica, la novela romántica, la novela policíaca, que haya acción, que no nos destripen el argumento en la contraportada, que podamos leer como si viésemos una película, libros cinematográficos que entusiasman al público, que se venden como rosquillas. Queremos lecturas fáciles, películas fáciles, entretenimiento fácil y ser felices, sin pensar, sin hilar nada. Vemos el televisor y nos muestra un mundo fácil, realidad ficticia, debates ficticios. He recordado a Vila Matas y su critica al lector. Igual, es posible, nuestro mundo no tenga salvación y dentro de cien años los bomberos quemen los libros porque no nos preocupamos de pensar o leer a Faulkner, o a Cervantes.
Bradbury nos muestra un mundo posible. En nuestras manos está que nunca llegue.
Brisne
Colaboradora de Canal Literatura en la sección «Brisne Entre Libros«
Grand
Eso deseo. Y s
El Fahrenheit 451 est