La amiga de mi hermana ya no llora. Se construyó una balsa de olvido contra sus temporales de lágrimas.
Sin embargo, padece (la amiga de mi hermana) una dolorosa obsesión por hablar de su tía y sus hermanos; esos a los que admira y odia al mismo tiempo. Los admira (a sus hermanos), porque le dan de comer para que ella no se rompa las uñas, por ejemplo, entre las baldas de un supermercado. Y los odia, porque la relegaron a fregar platos, planchar camisas y recoger sus vómitos de fiesta (esos de los que ella nunca disfrutó). De su tía, lo único que guarda es una herencia tan grotesca como ilustre: cincuenta paños de cocina bordados a mano y una cómoda antigua; con manchas de óxido en el espejo. Por lo demás, la amiga de mi hermana es feliz. Feliz, cuando la invitan a una copa entre semana. Feliz, cuando la peluquera le tiñe las canas. Feliz, porque ya no se le rizan las entrañas con lo que pudo ser y no fue. Y feliz, porque hace tanto tiempo que la plantaron en el altar, que el recuerdo se le enquistó, y ya no sabe si fue verdad o el añejo argumento de una novela gris.
La amiga de mi hermana tiene las manos más bonitas que yo haya visto nunca; aunque ella no lo sepa.
Los días de fiesta, antes de salir al mundo, la amiga de mi hermana se pintorrea los recuerdos, se tira del escote y se santigua; a ver si consigue mantenerse a flote entre las olas. Y mi hermana se le agarra del brazo, y sin que se enteren ni su tía ni sus hermanos, le susurra al oído: «¡Ánimo! Hoy, no somos náufragos. Hoy, somos princesas».
Mercedes Martín Alfaya
Blog de la autora.
Pingback: Dame Coches » Blog Archive » Blog Canal #literatura
Pensaba que no volver
El final de este relato me recuerda el mismo de una pelicula cuyo titulo olvido. Dos mujeres van juntas por la calle y dicen:
Muchas gracias a Canal Literatura por estos momentos y otros.
Y gracias a Idc que me ha regalado esas emotivas palabras.
Besos a 5