El otro día dimos un paseo por la margen derecha. A nuestra izquierda quedaban las grúas del puerto, símbolo de la industrialización que durante mucho tiempo fue la enseña de Vizcaya.
Hace años, cuando era una joven despreocupada, aquel paisaje me parecía una postal fea y triste. Pero ahora, cuando mi país está al borde de la quiebra, encuentro la estética del puerto sumamente hermosa.
Las grúas hablan de industrialización, de hombres que producen cosas, de hombres que trabajan para sacar a sus familias adelante, de hombres que venden lo que producen, de hombres que pilotan barcos para llevar las mercancías al otro lado del mundo; de poder.
– De fuerza –dijo Inés.
Y de emprendedores, líderes y trabajadores que asumen responsabilidades.
Mientras en este país la gran mayoría sueñe con hacerse millonaria sin pegar palo al agua o, en su defecto, vivir a la sombra del Estado, nadie producirá nada. Mientras el Estado siga poniendo una navaja en el cuello a todo aquel que intente producir algo, nadie producirá nada. Y, mientras no produzcamos nada, seguiremos siendo los camareros de Europa.
Comprendo ahora por qué mi padre, cuando alguien le preguntaba por su profesión, decía con mucho orgullo: industrial.
Marisol Oviaño
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