Cuatro jazmines se abren
a plomo de sol que arde,
y los cuatro parecen fundirse
en un molde que crispa a la tarde.
Pan para tus ojos,
de la harina de la acera
y del reflejo de los vados.
Cuando llueve sal y levadura,
y se fermenta entre harapos,
se refina en las manos
un costal de polvo y llanto:
manecitas de jazmines,
azafrán corre en tus pasos.
¡Nadie dijo que eras malo…!
Pan para tus ojos,
pan para tus manos,
pedacitos de migaja
amasándose en tu rostro.
Hogaza de cal y arcilla,
carente de amparo y mama,
retuerce tu ansia de hambre
y parece ser un abrigo
en canasta de mimbre ajado.
Cuatro jazmines se abren
y cuatro llevan tus ojos:
las manecitas les cubren
tapándoles el desnudo pecho,
vistiéndoles al sentir el frío.
Pan para tus ojos,
pan para tus iris niños,
teleras sobre tu cuerpo
que hielan tus piecitos.
Cielo de roca y manta
que le llamaras averno,
cuando jazmines brotaron,
los cuatro fueron de invierno.
Con tus bracitos cargados,
con tus hogazas marchando,
los cuatro jazmines voltearon
mirando al mismo cielo:
¡Yo no soy malo…!
Pan para tus ojos,
pan para tus manos,
para tus ojos despiertos
con los jazmines vistiendo.
Cuatro jazmines de cielo,
frazadas de lama y fango;
cuatro jazmines de amparo
con un mendrugo en el bolso.
Pan para tus ojos
cuando te sepas viviendo,
cuando cuatro jazmines lleven
hogazas de masa y cielo.
Salvador Pliego
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