En medio de un pasillo frio, perfumado con formol y cloro.
bajo las viejas lámparas deslumbrantes que destellaban desprecio,
se escucho un grito angustioso, detrás
de una jadeante respiración resignada,
nacía el tercer hijo de una mujer sola,
con sus diminutas alas casi inexistentes que en el momento preciso,
no le salvarían la vida y su carita de anciano inocente,
que en el futuro no llegaría a tener,
se retorcía entre las seguras manos del medico,
su palpitante corazón se traslucía detrás de la delgadísima piel de durazno, cálida y sensible. sintiendo ella una gran desolación al verse sometida al yugo del villano miedo, abrumada por pensamientos pesimistas,
dejaba que las fuerzas de su cuerpo la abandonaran por completo,
su mente terminaba cayendo lentamente en el obscuro y profundo poso de la indiferencia, su hijo luchando por asimilar el asombro que todo a su alrededor le causaba, tratando de controlar el enfoque de sus pequeñitos ojos desorbitados, al llevarlo con su madre el pequeño disfrutaba del abrazo cálido que el olor de ella inconscientemente le brindaba,
el reconocimiento era mutuo en aquel sofocante espacio del nosocomio;
pero el tiempo no se detiene, en un parpadeo ese inocente niño, ya corría descalzo, salpicando sus roídos y descoloridos pantalones con el agua pestilente de los charcos estancados
de las calles,
mientras la madre hacia el doble turno como costurera en una empresa extranjera,
los hermanos mayores ganaban unos centavos aprendiendo los vicios de las calles y vendiendo mazapanes en el transporte publico,
su padre un reconocido Don Juan de la colonia, y desconocido
en sus múltiples familias abandonadas, no aportaba ni una sonrisa
para alimentar los días de este desdichado brinca charcos,
los días tatuaban su paso en su cuerpecillo enclenque, que luego mas tarde tomaría firmeza para realizar su trabajo,
el día menos pensado tuvo que compartir carrera, con otro niño de su edad,
perseguidos por un iracundo y esquelético adicto, que amenazaba con matarlos,
y despellejarlos con esa navaja mugrienta,
desde ahí se hicieron grandes amigos,
su amigo con ojos pizpiretos y audaces, resaltados por las pecas
de mugre de sus rosadas mejillas, no paraba de brincar,
siendo bajito y flexible, cabía por cualquier prohibido agujero,
y hacia infinidad de malabares con las cosas que alcanzaba a robar
de cualquier vivienda sola,
así vivieron su precaria niñez, entre charcos, malabares, carreras y una
hambre crónica.
desprevenidamente les llego la adolescencia y con ella infinidad de necesidades,
pero para esto ya tenían un oficio definido, que día a día mejoraban,
la atormentada adolescencia le dio paso a la insensata juventud,
estando en sus veintes este par tan singular, ejecutaban su oficio con genialidad y destreza, siendo estos payasos callejeros cubrían las tristezas de sus rostros con gruesas capas de pintura blanca,
y dibujando una enorme sonrisa con colores llamativos, desdibujaban las penas que a sus almas torturaban, frente a decenas de coches indiferentes y contaminantes, siempre en la misma esquina.
Se escucha el incesante tintinear de los metales oxidados,
de una vieja y destartalada bicicleta en la que llegaban los dos desde temprano
para empezar la función.
por unas cuantas monedas presentaban un espectáculo único, las naranjas flotaban en el aire, como pelotas sabias y diestras de un elegante circo, aderezando con
las botellas de refresco forradas con cinta adhesiva negra como mazas,
en segundos armaban y desarmaban el espectáculo mientras el rojo del semáforo los dirigía,
sus cuerpos empapados de sudor y sus cráneos soportando el inclemente sol abrazador, la sonrisa no se les caía,
así pasaban la mayor parte del día cuidando el cambio de luces y apagando los anhelante sueños,
la escuela no logro retenerlos, ni la arrogancia de su mísero destino logro someterlos, aun así el payaso brinca charcos en su interior albergaba mucho dolor comprimido, que haciendo fricción con su animo diario, se dejo atrapar por la vocecilla mentirosa e intrigante de la curiosidad, haciéndose cautivo de la drogadicción,
con el dinero ganado y la espalda desecha llegaba a su hogar en ruinas, su madre había muerto hacia tiempo de una misteriosa enfermedad, a sus hermanos se los trago el mundo, así solo, se tiraba en un mugriento colchón infestado de pulgas, para luego sentir como sus fuertes alas lo alzaban en vuelo transportándolo a lugares extraños,
una mañana fresca, las gotas de rocío depositadas en las flores somnolientas brillaban intensamente con los primeros rayos del sol,
como cada día el malabarista paso en su bicicleta a buscar a su amigo el brinca charcos,
no necesitaba tocar a la puerta, pues su cuartucho no contaba con una, no necesito abrir las inexistentes ventanas para tomar aire y así poder soportar el dolor causado de ver a su amigo con piel violácea y ojos acristalados,
su cuerpo no pudo volar mas alto, mas su alma no necesito las alas para elevarse con su madre que de vez en cuando lo visitaba en sus alegres sueños, el día anterior había sido muy productivo y pudo comprar veneno mas de lo cotidiano,
pero su cuerpo no soporto aquel maldito festín, yacía inerte en su cochón,
con sus veintitantos años sufridos y sus millares de sueños destruidos…….
ahora el malabarista trabajara de base, en sus hombros cargara a un joven pupilo aprendiz de malabarista con su carita pintada, trabajara por unas cuantas monedas y padecerá bajo el ardiente sol,
el payaso malabarista necesitara mas pesada la capa de pintura blanca en la cara, para poder tapar la palpable marca de dolor sufrido por la perdida reciente y este seguirá de frente, entreteniendo a los conductores y cuidándose de los cambios de luces de los semáforos.
tarareando canciones ya viejas, húmedas, pestilentes, amargas y sombrías.
Bernarda Enriquez
Encoge el alma.
Si, desolaci