La estupidez y la pereza se pagan caro. Por Robert Lozinski

Rumanía va siendo desguazada pieza por pieza y vendida al por menor por chatarreros del lugar. Este fue el triste destino de todos los sistemas de irrigación tras la ejecución de Chaushescu en 1989. Mientras tanto, italianos, españoles, franceses, holandeses, daneses y alemanes compran tierras al por mayor para hacer agricultura. Una hectárea de tierra rumana vale unos 2000 euros, veinte veces menos que en Italia, por ejemplo, país que prohíbe este tipo de transacciones. La tierra patria no se vende, así de claro.

Las familias rumanas, que se han apresurado a deshacerse de sus terrenos esperando enriquecerse rápidamente con un puñado de euros, miran estupefactas desde el umbral de sus pobres viviendas cómo el patrón extranjero hace agricultura moderna, usando maquinaria de última generación allí donde ellas trabajaban inclinadas, perezosamente a veces, tras la azada. Se sienten engañados, estafados, burlados: su tierra rinde como si el mismo Dios hubiera descendido del los cielos para labrarla.

Tanto tiempo esperando a que vengan los extranjeros. Ya están aquí. Por fin han llegado. Pero, ¡sorpresa!, pequeñas italias, francias y alemanias crecen en el interior de la pasmada Rumanía y ninguna de ellas parece dispuesta a compartir el pastelito con los nativos.

Robert Lozinski
Es autor de La ruleta chechena
Fotografía de Intact Images
Proscritosblog
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