Mi hija Irene, a punto de cumplir siete años, es una niña alta y delgadita, con el pelo rubio y la sonrisa ajedrezada por culpa del Ratoncito Pérez que se llevó sus dientes actuando con nocturnidad y alevosía.
Mi niña es llorona, qué le vamos a hacer. Ya apuntaba maneras nada más nacer, los primeros meses de su vida berreaba una media de 5 horas diarias, cólico del lactante, dictaminaron los médicos. Supongo que le quedaron secuelas.
El otro día comiendo, mientras devoraba con auténtica hambre su almuerzo, empezó a lloriquear y me dijo:
– Mamá, yo como ¿verdad? ¿A qué como mucho?- preguntó con ansia.
– Sí cariño, tú comes bien, sobre todo de lo que te gusta.
– Pues cuando me pongo el bañador en la piscina, todo el mundo, !todos! me dicen que coma más, que estoy en los huesos.
Miro sus hombros huesudos y recuerdo los míos cuando era pequeña, la genética es así, nos repite como muñequitos en serie.
– Y yo como, mamá, yo como. Lo que pasa es que no engordo, estiro.
– Sí hija, como los chicles-contesto yo, muerta de risa.
COLECCIÓN: COSAS DE NIÑOS
Felisa Moreno Ortega
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