Tus ojos cimbreaban mi cintura
y yo me imaginaba que tus manos
llegarían también a conmoverme,
que explorarías cuanto soy y habito.
Inventé que arrasabas las excusas
asaltando mis hombros por la espalda,
que pulsabas tus huellas primitivas
en cada espacio de mi piel intacto,
que inundabas con savia de tu boca
la aridez más profunda de mi vientre.
Te imaginaba exhausto ante el cadáver
-la cáscara que queda del deseo-
más fiero, más vital, aún más hombre.
Pero nunca supuse tu renuncia,
tu miedo a conquistar un territorio
tan rendido de amor, tan accesible.
Mari Cruz Agüera
Que maravillosos versos.
Se queda una exhausta despu