La pesadilla de los pesimistas. Por Ana Mª Tomás Olivares

Siempre que me preguntan que cómo estoy, yo, enarbolando la mejor de mis sonrisas, contesto que muy bien. Me consta que, con esa respuesta, mis amigos se alegran y mis enemigos se fastidian.

Últimamente circulan por Internet una serie de correos en los que, según palabras de un apreciado lector, “intentan vendernos un mundo feliz”. Si bien para los optimistas o para quienes les va de cine (los hay, aunque les cueste creerlo) es una manera de reafirmar su filosofía de vida, y para aquellos que necesitan una ayudita les resulta una buena terapia, para los pesimistas, o para quienes las circunstancias en su vida no les son favorables, escuchar o leer que la vida es breve y que hay que aprovechar cada instante viviéndolo con alegría e intensidad, les suenan más a hueco que las maracas de Machín.

Les confieso que yo soy una optimista escarmentada pero recalcitrante y que cada día me desayuno una buena dosis de PowerPoint que me recuerde que no hay que preocuparse por las cosas que no tienen arreglo porque de nada sirve esa preocupación, pero que tampoco he de hacerlo por aquellas que sí pueden arreglarse puesto que, si tienen arreglo, no es cuestión de pre-ocuparse, sino de ocuparse directamente de ellas.

Hay, concretamente, uno de esos correos que lo abro a diario como pura medicina preventiva y que habla de conductas R y S. Supuestamente las primeras: “resentimiento, rabia, reproche, rencor, rechazo, resistencia, represión, son generadoras de coRtisol, una potente hormona del estrés cuya presencia prolongada en sangre es letal para las células arteriales. Las conductas S: Serenidad, silencio, sexo, sueño, sonrisa, sociabilidad, en cambio, producen Serotonina, una hormona generadora de tranquilidad, que mejora la calidad de vida, aleja la enfermedad y retarda el envejecimiento celular”.

Casi una decena de siglos antes de Cristo, Salomón, en Proverbios 17,22 canta: “El corazón alegre mejora la salud; el espíritu abatido seca los huesos” ¿Qué les parece? Esas palabras son la consigna puesta de moda por todas las corrientes psicológicas actuales desde donde se insiste en que el sistema inmunológico se potencia con la alegría, y que la tristeza nos baja las defensas hasta permitir que enfermemos por la más absurda nimiedad. Sin embargo, sé de primera mano, que cuando un problema te atormenta el alma no hay psicología, palabras, porwer-point o recomendación alguna que te haga cambiar la visión negra que produce el dolor. Es más, cuando nos vienen con esos mismos consejos que acabo de enumerar más arriba, no sólo permanecemos imperturbables a ellos, sino que nos entran unas ganas terribles de enviar a tomar viento fresco a quienes nos los traen. “Qué bien habla el sano con el enfermo” solía decirme una amiga cuando, en un momento así, le hacía yo esas optimistas recomendaciones.

Todo es relativo, ya lo sé. Pero yo, que he estado en uno y otro bando, les aseguro que, pese al esfuerzo ímprobo que conlleva pretender ver rosado lo que no pasa de gris oscuro, merece la pena intentarlo. Si no por nosotros mismos, que somos los más interesados, sí por aquellos que nos rodean y que nos aman y a quienes nuestro sufrimiento les causa no menos dolor además de impotencia.

Tiene razón mi lector en que, cuando estás mal, resulta odioso e insufrible recibir correo tras correo repleticos de mensaje S, entre otras cosas porque te pasas la serotonina por el forro de los tegumentos. Pero, tal y como está el patio -¿intentan enumerar las malas noticias frente a las buenas? ganan siempre las malas por apabullante goleada- necesitamos, más que nunca, que vengan a decirnos que “puede ser muy difícil, pero que es posible” porque ya estamos nosotros para repetirnos “que puede ser posible, pero que es muy difícil”.

¿Qué los optimistas y sus mensajes son la pesadilla de los pesimistas? No sé… Pero, yo creo que, veces, las pesadillas son los huesos donde mejores sueños afilan sus dientes.

Asociación Canal Literatura
Ana Mª Tomás Olivares
Blog de la autora

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