Cuando tenía nueve años, se sentaba a mi lado en el sofá y se tragaba los Debates sobre el Estado de la Nación enteritos.
Entonces vivíamos en una gran casa con escaleras. Sacaba todos sus peluches y los de su hermana, los sentaba en los escalones y jugaba al Congreso de los Diputados. Él era el presidente y daba y quitaba la palabra. Casi daba miedo ver cómo había comprendido el papel que cada uno cumplía, cómo imitaba sus voces y su ideología y cómo los mandaba callar con la misma socarronería que Trillo.
Aunque le he explicado muchas veces que si votar sirviera para algo, estaría prohibido (y ahora más que nunca), aunque en esta campaña electoral cuando él veía muy seriecito debates políticos en la televisión, yo gritaba ¡Anarquía, libertad!; el domingo pasado me pidió que le llevara a votar.
¿Quién no recuerda la ilusión de la primera urna?
Es lógico que mi discurso apocalíptico le entre por un oído y le salga por el otro: sería triste que un chaval de 18 años estuviera tan desencantado de la política como los que ya peinamos canas.
Al menos me escucha cuando le explico que esta es no es una crisis económica, sino sistémica; cuando discutimos sobre la prima de riesgo y la deuda, cuando despotrico contra el Estado y cuando le explico que empresarios no son Alierta y compañía, sino su esforzada madre. Y recurre a mí cuando sale de clase de Economía de Empresa sin haber aprehendido que el dinero no existe.
Quizá por eso, en mi honor, tuvo el gesto de partir por la mitad la papeleta del senado.
En la otra apostó por el caballo ganador con una fe envidiable.
Lleva dos meses echando el currículum en todos los grandes comercios de la zona para trabajar los fines de semana y colaborar en la economía familiar, y no le habían llamado de ningún sitio. Y el lunes 21, por fin, le citaron para hacerle la primera entrevista de trabajo de su vida. Le faltó tiempo para llamarme.
– ¡Que tenía yo razón! ¡Ha sido ganar el PP y empezar a crear puestos de trabajo!
hijadecristalero
Proscritosblog
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