III
La salida
Decidme cuántas y cuántas joyas
si ese día se contaban por millares.
Cada ojo brillaba contemplando.
Cada cerro destellaba y se volteaba a mirarlos.
¡Y salieron!… Uno, y treinta y tres;
¡Chi, Chi, Chi!
¡Le, Le, Le!
Treinta y tres y uno;
tres y uno… tres y tres…
tres y el mundo.
Tenían nuestras manos en sus manos.
Tenían nuestros rostros en sus rostros.
Las sirenas en el túnel reventaron bocamina.
Había gemas hilarantes donde sea.
No, yo no lloré:
eran las piedras y los ojos;
eran las sedimentarias rocas y los ojos;
eran los metales en bruto y mis ojos;
eran los treinta y tres que estaban en mis ojos;
eran los mineros sacudiéndose en mis ojos;
eran ellos desempolvándose en mis ojos;
eran mis lágrimas llorando en mis ojos.
IV
La alegría
A Mario Sepúlveda (Super Mario
-el segundo minero rescatado-)
Voy a hablarles del amor, donde he nacido:
soy como el minero que a la roca besa
y se va en suspiros;
que baja al corazón, que escarba a oír latidos,
que saca de los pozos los más genuinos brillos.
Yo encuentro un labio enterrado
y lo extraigo a pulirlo.
Al testero más quebrado le acaricio.
Al túnel más oscuro le alumbro y lo hago mío.
Y cuando miro el sol
descuajo los quilates, los beso, y a la vida le sonrío.
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Salvador Pliego
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