Aún conservaba algo de barro en sus manos y bajo las uñas. Ahora descansaba en su porche. En la mesa, té frío con limón. Muchos cubitos. Tomó uno con sus dedos finos pero viriles y lo paseó por su cuello. Hacía mucho calor. Escuchaba a la hierba contar historias de vidas pasadas, de muertos que habitaban en el aire con sus estribillos de algodón. Ella se había ido, por fin. Miraba en lontananza. Los maizales, almenados como pistilos, estaban en su punto. Sí, ella los alimentaría bien. Ya los alimentaba en vida. Poco a poco, “Mercy” se había convertido en un pueblo fantasma, a fuerza de convertir a los seres vivos en abono de primera calidad. Cada vegetal que salía de su granja era un manjar delicioso. Hoy la hierba les cantaba a todos sus muertos, a los que sirvieron de alimento al humus y cantaba a Leona, tan buena cuidadora de la madre tierra, de los maizales vengativos y gigantes. Tenía que acabar con ella. Se había vuelto loca. Se pasaba el día persiguiéndole con un cuchillo carnicero. Ahora, por fin, descansaba tranquilo y soñaba con Leona, a la que quería tanto, con su mandil enorme y su moño cano y su pérfida obsesión. Ahora ella también susurraría bajo la tierra alguna vieja canción del Sur.
Lola Gracia
Blog del autora.