Lluvia. Por Isidro R. Ayestarán

La lluvia de la noche cae sobre sombras chinescas, apenas alumbradas por las farolas que hacen frontera entre su mundo y el de la ciudad. Una lluvia compuesta por gotas de placer en unos casos, por agua de dolor en muchos otros… pero siempre, por la humedad de los recuerdos, que acentúan sin piedad alguna cualquier sensación de sequedad nostálgica.

Es esa lluvia la que empapa los rostros del desánimo, del desencanto, del silencio más audible que se pueda soportar. Pero aún así, el mundo de las sombras chinescas permanece inmóvil, «prietas las filas» que dice el viejo coronel de sus ejércitos.

Y así, sin dar un paso al frente, ocultos entre sus propios miedos, la lluvia nuclear que desintegra y mata a partes iguales, salpica de nostalgias y etapas robadas a unos corazones que gritan y confirman, en un lenguaje para sordos, que la venta ha finalizado, que el mejor postor se lleva un cuerpo inerte que clama por una reconfortante sesión de agua limpia y calor corporal.

Pero la lluvia gris y áspera continuará cebándose en esas otras sombras que queden para el escaparate de los saldos de ese mundo apartado y vejado.

Sólo en uno de los rincones más solitarios de ese mundo especial, una clase de lluvia diferente brota de un cielo distinto. Es agua de vida en unos ojos sin brillo, un licor con sabor a añoranzas que al ser descubierto por la luz cruel y salvaje del viejo coronel, tan sólo es capaz de transmitir a sus congéneres, en forma de luz de arco iris, una sola palabra a modo de interrogación.

– ¿POR QUÉ?

Después, silencio de nuevo en el mundo de las sombras chinescas.

El agua de esa lluvia es escarcha de recuerdo.

Sólo los poetas sabemos que, esa lluvia, se llama en realidad de una sola manera.

LAGRIMAS.

© Isidro R. Ayestarán, 2008
NOCTURNOS www.isidrorayestaran.blogspot.com

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