Los días de colores. Por Brisne

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» – No. Tú te morirás martirizada por los romanos o comida por los leones o así, cosas de esas que le gustan a tu madre.

– A lo mejor no, a lo mejor me muero de verdad, como las personas.»

Los días de colores es la historia de Camino. Supongo que muchos habrán visto la película de Javier Fesser. El libro lo escribe él junto a Claro García y revive la misma historia de la película, la a historia de una niña que muere de un cáncer terrible y agresivo en el seno de una familia extraña, con una madre del Opus y un padre soñador que la grababa en películas de Super 8. Y podía decirles que es un libro sobre el Opus, un libro de crítica a La Obra, que lo es, pero es algo más. No quiero quedarme sólo en la superficie, en lo fácil, en la crítica a un modo de ver la vida. Porque al leer el libro y ver la película he sentido que yo no soy nadie para criticar una forma de vida, aunque no la comparta. Es cierto que Camino no tiene la fe inquebrantable de su madre, que ésta interpreta mal los signos. Es cierto que a mí también el Opus Dei no me gusta. Pero también es cierto que al leerlo no he podido dejar de verme como madre, como madre que también influye en sus hijas aunque no quiera. Veo a mis hijas y me doy cuenta que ellas quieren lo que yo quiero, porque al criar a nuestros hijos influimos en ellos. Y esa mujer, con una fe inquebrantable es capaz de ofrecer el sufrimiento de la muerte de una hija a Dios. Es capaz de tragarse las lágrimas que estoy segura sentiría en su corazón porque es lo que se espera de ella. Es una luchadora en la fe. Algo que ya no se lleva, algo que no es moderno. Porque lo fácil, lo que gusta, es el personaje del padre, tan respetuoso, tan animado, tan guay porque no decirlo. El padre que todos queremos ser, confidente, amigo, pero que se deja manejar por su mujer y su inquebrantable fe. Y he pensado en mí. No he podido evitarlo. Y en Camino. En sus ganas de vivir, en su preadolescencia arrolladora, en eso de dedicarse al teatro, en su amor de pinchazo en el estómago. La he visto allí, creciendo todavía, con ganas de agradar a todos, una muchacha buenísima, con diez años, o doce, que no me ha quedado del todo claro, sin móvil, sin correo electrónico, idolatrando a su madre, a su padre, con juegos infantiles, preocupada por todos los demás mucho más que por sí misma. Enfrentándose a la muerte como un adulto.

Es un libro que toca nuestra fibra sensible. Nos sentimos impotentes ante el dolor, ante el sufrimiento. No podemos evitar imaginar qué haríamos ante situaciones semejantes, aunque no lo sepamos, porque sólo cuando el dolor te golpea, cuando la enfermedad te toca reaccionamos, y muchas veces de un modo que ni podemos imaginar.

Los días de colores es muchas cosas, el color de las nubes, el negro del sectarismo del Opus, el azul de los ojos de Camino, el rojo del vestido deseado, el dorado del ángel custodio, el blanco del amor inocente en Jesús, el rosa de las confesiones entre amigas, y ese gris doloroso de una enfermedad mortal en una niña.

Y digo gris porque dentro de lo terrible del cáncer, Camino nos da una lección de humanidad a todos. Es capaz de aceptar cualquier sufrimiento a cambio de la carta de un niño. Es capaz de pedir por los pobres del mundo mientras la quimioterapia le taladra las venas. Es capaz de no soltar una lágrima cuando le cogen una vía porque el sufrimiento hay que aceptarlo. Y no puedo dejar de pensar que hace mucho que no nos planteamos que eso también es valioso. Apretar los dientes y aguantar el dolor. Porque a veces no nos damos cuenta que apenas apretamos los dientes ni aguantamos nada. Ahora todo es fácil. El dolor no existe. La muerte no existe. Y no es así. Está ahí fuera, a la vuelta de la esquina.

Y si quieren léanlo como un libro sobre el Opus, que también pueden hacerlo. Yo prefiero quedarme con los otros colores. Ellos me han enseñado mucho más.

Los días de colores, Javier Fesser y Claro García
Editorial Planeta

Brisne
Colaboradora de Canal Literatura en la sección «Brisne Entre Libros«

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