Jose Luis Fernández, un amigo que vivía en una silla de ruedas, me enseñó que todos debemos de aprovechar nuestras discapacidades para sacarle partido emocional y físico a ellas. Él por ejemplo, al vivir más cerca del suelo, veía a las hormigas mejor que yo. Incluso a veces, se encontraba dinero en la calle…
Pero sobre todo, él, que fue un gran maestro y amigo mío, me enseñó a ver que todos, absolutamente todos, tenemos una discapacidad; aunque la escondamos, aunque la nuestra no se vea, la tenemos.
Por esto hoy, desde mi poema, quiero recordar que tenemos la obligación de luchar porque las personas cuya discapacidad sea latente, tengan una vida más digna y, sobre todo, más igual a la nuestra.
Los niños
ciegos
no aprenden a
sonreír.
Hay que enseñarles.
Lo repito,
por si alguno
lee esto muy
rápido:
no saben reír,
hay que enseñarles…
Y cuando sueñan,
nunca lo hacen
con imágenes
sino con
su mundo:
(mucho más rico
que el nuestro)
olores,
sabores,
piel,
abrazos,
uñas,
más abrazos,
plastilina,
frío,
hambre,
barro,
más piel…
Los niños
ciegos
(que uno podría ser
el mío,
por ejemplo)
son felices
si tienen
amor y compañía
(que tontería
he escrito;
igual que todos).
Pero
-y esto es muy
importante-
ellos, si no
reciben amor,
nunca,
nunca,
nunca,
aprenderán
a sonreír.
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección
«Tacones de Azucar»
Blog de la autora
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