Luis Landero. Por Ricardo Pérez Hernández

Luis Landero Luis Landero
«La literatura es un acto de entrega: hay que dejarse la piel»
Debutó literariamente en 1989 con ‘Juegos de la edad tardía’, obra que fue saludada con los dos premios literarios de mayor relevancia: el Premio Nacional de Literatura y el Premio de la Crítica. Recientemente ha publicado ‘Hoy Júpiter’. Visita Albacete para participar en el VI Encuentro Provincial de Clubes de Lectura.

—En alguna ocasión ha mencionado que la primera obligación ética del escritor es ser pesimista y la segunda sobreponerse a ello; sin embargo el gran público consume novela de postura estética. ¿Vivimos un tiempo de indecisión? ¿Necesita la novela nuevos referentes?

—Efectivamente, vivimos un momento de indecisión y la novela busca, constantemente, nuevos horizontes. Existe una gran insatisfacción que se palpa por muchos lados y hay una búsqueda desesperada de esa felicidad que se vende en tiendas, en la televisión… en modelos de este tipo. En el fondo, creo que todo se resume en una gran pobreza de espíritu que la gente detecta: vivimos una gran crisis espiritual. Parece que estemos a la espera de un nuevo Renacimiento; quiero entenderlo así, pero me parece que estamos tocando fondo con tanto mal gusto social, tanta injusticia en el mundo y tanta estupidez generalizada.

—Usted ha asentado la felicidad sobre tres ejes: salud, no tener necesidad de pensar en el dinero y disponer de tiempo libre. ¿Es Luis Landero un hombre feliz?

—Sí, desde esta perspectiva sí. Para mí, el tiempo libre es lo principal. Cuando la gente dispone de dinero lo emplea en adquirir tiempo, que es el mayor lujo que existe aunque luego no se sepa qué hacer con él porque aceche el tedio por todos lados. La gente se aburre enormemente; de hecho el gran enemigo del hombre es el aburrimiento, el tedio y, más allá, descubrir que la vida no tiene sentido porque cuando dejas de estar ocupado y te quedas sin nada que hacer dices: bueno, ¿y qué hago yo aquí?

—Es suya la afirmación que asegura que cuando uno lee se adueña de las vidas ajenas para hacerlas propias. Por lo tanto, ¿resulta inevitable dejar parte de la vida propia cuando se escribe?

—Claro, es inevitable. El escritor es alguien que recorre su camino y llena sus alforjas con todo tipo de observaciones, escuchas y lecturas, pero también se vacía en parte con la escritura. Yo entiendo que la literatura es un acto de entrega, hay que darse y dejarse la piel en ello. Decía San Agustín que con sentir basta.

—Usted defiende que el escritor es un observador nato.

—El escritor es en gran medida un excelente observador; yo lo repito a menudo a mis alumnos, les impelo a que observen porque lo demás vendrá por añadidura. Pero para observar es preciso cierta soledad, ensimismamiento, concentración, reposar la mirada en las cosas… algo que no todo el mundo está dispuesto a dar porque resulta costoso.

—El modo de vida que llevamos no parece que favorezca este proceso.

—Efectivamente. Hay una imagen de gran belleza que cuenta Nietzsche sobre un hombre que mira durante dos horas seguidas el mar, contemplando, quizá pensando o quizá dejándose impregnar por las cosas. Considero esto de una sabiduría extraordinaria. En Oriente cultivan ese arte de fundirse con el mundo, mirando, deleitándose y renovando la capacidad de asombro. La manera de que no se muera el alma, de que no se marchite la mirada, consiste en descubrir a diario las cosas cotidianas.

—Uno de los motores de su literatura es el conflicto entre lo que uno es y lo que uno aspira a ser. ¿Cómo resuelve Luis Landero este conflicto en su vida privada?

—(Con rotundidad) Escribiendo. Escribiendo; si no escribiera sería tremendo porque yo no estoy contento con lo que soy: sufro de una especie de insatisfacción crónica, un hambre de plenitud porque no me satisface plenamente la vida. A veces se podría calmar por medio de la contemplación, de la búsqueda de la belleza del mundo… Yo lo resuelvo escribiendo porque calma y llena, en cierto modo, ese enorme vacío que siento y que creo que tanta gente siente.

—A nivel literario ¿también se da este conflicto? ¿Se encuentra a gusto con su situación literaria?

—Yo en esto me he resignado: intento hacer las cosas lo mejor posible y punto final, porque lo demás no depende de mí. Sólo está a mi alcance hacer las cosas del mejor modo que sé y no concibo escribir sin esa actitud. Soy consciente de que no me va a salir Hamlet ni La Odisea pero bueno… saldrá lo que salga.

Usted ha señalado que lo fantástico de la literatura es que, al tiempo, te aísla de la realidad pero te conecta de un modo especial con ella, siendo incluso un medio de redención. Dando vida a Dámaso y Tomás en su novela ‘Hoy Júpiter’ ¿queda saldado su conflicto personal con el pasado en torno a su obsesión literaria de la figura paterna?

—Cada escritor afronta con la literatura sus obsesiones; hay cierto reconcomio, ciertos temas obsesivos sobre los que uno vuelve una y otra vez, pero creo que con este trabajo he saldado, he ajustado de algún modo, cuentas con este tipo de deudas. Sí, creo que lo he logrado.

—Suele comentar que el fracaso consiste en no intentar alcanzar los sueños. Si, por otra parte, la frustración nace de no alcanzar esos sueños… ¿estamos abocados a la desesperanza?

—Creo que sí, que estamos abocados a la desesperanza porque si observamos la vida humana, especialmente los que, como yo, no somos creyentes, la vida tiene mucho de absurdo y desesperanza. Intentar lo que uno desea es un modo de no fracasar: no hay nada peor que llegar a cierta edad, mirar hacia atrás y darse cuenta de haber desperdiciado la vida. A veces por falta de coraje, por pereza… Pero el que ha luchado y ha puesto todo lo que tiene en el empeño de materializar algún sueño, ese no ha fracasado. Quizá no haya alcanzado la empresa, pero en el intento reside una parte de éxito porque no todo el mundo se atreve ni es capaz del mismo.

Ricardo Pérez Hernández
(Publicado en El Día de Albacete, 05/05/07)

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