Malas palabras. Carmen María Camacho Adarve

AntonioGamoneda

Las palabras escritas de aquella desconocida galopaban a latigazos por mi sangre, como cullillos afilados.
En contacto con el aire, cobraban formas de panes secos y duros de tonos enmohecidos y olores ocres.
Dañaban desde el mismo momento en que rozaban el papel blanco cruzando distancias que me separaba.
Me producían un dolor intenso insoportable.
Se habían cruzado las palabras en mis textos, en las aceras, de la ciudad corriente.
me habían elegido sus palabras a para descargar su ira, entre un centenar, un millar anónimas palabras que recorrían en el mismo instante todas las calles.
La mala impresión inicial y la repulsa inmediata de aquellas palabras confirmaba al contemplar la imagen espantosa de la ladrona de palabras, veía aquella figura ante ojos, con curiosidad y repugnancia, recreándome morbosamente sin ser capaz de evitarlo, en cada uno de las consonantes: un olor nauseabundo de vocales, grasientas, envenenadas, enmarañadas, no lucían, como un abrigo oscuro y destartalado, pantalones con los dobladillos descosidos, en los que las palabras se tapaban unas otras calzado zarrapastrosas en los pies, sandalias mediocres…
La ladrona de palabras las encadenaba en una retahíla de sin sentidos, palabras atropelladas y entremezcladas. Despotricaban, insultaban, gritaban, alzaban las manos en señal de reclamo a algún poder supremo, siempre se dirigían a mi, mortificándome indinitas a lo largo de mi camino.
La brusquedad del encontronazo me habían atrapado me mantenía inmóvil, anclada a aquella baldosa del suelo;
en ese diminuto pedazo de mundo que parecía querer que yo habitara desterrada siempre
Las palabras como hojas afiladas de cuchillos empezaban a producirme una sensación de rigidez seguida por un hormigueo insoportablemente intenso y dolorosos calambres.
Al principio, intente analizar la situación, mantener algún tipo de calmada perspectiva, resultó imposible.
No entendía que clase de imperativos irracionales son suficientes para arrastrar a una persona a perder el control así, abandonándose por completo, los imperativos, los gerundios, me encadenaron a paranoia para alejarme de la realidad, cotidiana de mi realidad.

¿Cuándo se rompe el hilo finísimo de las malas palabras que nos ata a la cordura, en qué momento distes a la ladrona de palabras, carta blanca? ¿Dejaste a otros? – entrometerse – en el ritmo de tu corazón- ¿en tu existencia?

Las malas palabras continúan creciendo, como la mala hierba, empezaba a resultar insoportable.
Aún así, seguía sin hacer absolutamente nada.
Me limitaba a observarlas perpleja, sin alcanzar la velocidad de los epítetos, de los gerundios, imperativos…
Debía tomar una decisión.

Opte por escucharlas.
Opte por dejarlas correr.
Opte por permitirles desahogarse, gritar, jurar, maldecir, llorar, arrodillarse, arrastrarse, suplicar, callar, esbozar una sonrisa maliciosamente leve, y tras años, los más largos vividos, Al abrir mis tres baúles de palabras buenas
Comencé a reír a carcajadas.
Reía con entusiasmo, como ríen los niños, con la frescura que la vida me arrebata. Reía con la felicidad que da la libertad, la vida, la verdad. Al abrir mis tres baúles de palabras buenas –horrorizadas- huían las palabras malas
Mi risa era magia en estado puro esortizaba a las malas palabras y muchos de los que un día se apartaron de aquellas calles de una ciudad cualquiera, contagiados, se marcharon sonriendo.
Me fui con mis baúles repleto de carcajadas con las gentes sencillas.

©Carmen María Camacho Adarve

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Un comentario

  1. Mui ineteressante!

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