?
«Le gustaría que se olvidase la guerra. Echa de menos el año 1910. En aquella época, al parecer, las personas eran honestas, sociables. El ejército desfilaba con garbo. Se podía prestar a crédito. Uno se interesaba por los problemas sociales.
Los tiempos de la guerra han desparecido tan rápido que no puede creer que sean más que un recuerdo».
Cuando uno empieza a leer al desconocido ahora Enmanuel Bove se sorprende. Sorprende por la forma en que nos cuenta las cosas, de un modo pausado, con un estilo propio, sin casi narrar nada. Nos lleva a su universo de modo limpio, aséptico, y te instala ahí de golpe como si te diera un tajo en el alma. Te deja parado, anonadado, pensando que no lo entiendes en una primera lectura. Bove nos dibuja a un hombre sin atributos otra vez, a la manera de Musil, un hombre normal que vive una vida de hastío y soledad. Bove dinamita el estilo literario y nos construye la vida de Bâton partiendo de pedazos de amigos. Bâton excombatiente, herido en la guerra, hombre que no desea trabajar «un hombre como yo, que no trabaja, que no quiere trabajr, siempre será odiado», arrastra su existencia por París buscando un amigo «Busco un amigo. Creo que no lo encontraré jamás». Busca un amor: «Pensaba en mi triste vida, sin amigos, sin dinero. Yo sólo quería amar, sólo quería parecerme a todo el mundo. No era demasiado pedir». Y yo me he quedado pensado en Bâton, en su vida, en sus no amigos, en su vagabundeo, en la miseria que rodea nuestra vida, en cómo pasamos rápidos frente a los mendigos, cómo no les ofrecemos nada.
Es estafado, vapuleado, no le entienden y no he podido dejar de pensar en el mendigo que con barba rubia y un cuaderno apunta las cosas mientras mis pasos se alejan. Él es igual un Bâton, y yo paso sin verle, y como yo la mayoría.
En un País destruido tras la guerra, pícaro, pobre, imagino que habría muchos Bâton. Y he pensado en España, pícara y destruida tras la crisis. Imagino muchos Bâton que dependen de una mísera pensión, en una habitación alquilada, sacando dinero de la nada, sin tomar un café y comiendo sopa aguada para aguantar. Y lo peor es que no los vemos, que no tienen amigos, que están solos. No tienen amigos, ni amor. Somos ciegos ante la desgracia ajena.
Y me ha gustado verlos en el libro de Bove, que fue famoso y luego no, y que ahora lo descubro, mientras camino por la literatura minuciosa de sus imágenes, y sigo pensando en él y en las frases que he apuntado. Sólo tengo que abrir la libreta y recuperarlo. Muchas veces merece la pena recuperarlos a ellos, a los perdidos, reencontrarlos. Encontrarnos cómo nos cuenta las cosas, sus decepciones, su forma de sentirse diferentes. También he pensado en mis diferencias, tan lejanas a las de él, tan poco como yo. Sus personajes que apenas dibujan lo que dicen, que nos hablan con frases sobre la nimiedad, con gestos llenos de matices que me han enamorado hasta la médula. No puedo entender cómo Bove no es conocido, como no corren todos a leerle entusiasmados.
«¡Ah! ¡La soledad, qué hermosa y triste cosa! ¡Qué hermosa cuando la escogemos!¡Qué triste cuando nos es impuesta durante años!»
??
Brisne
Blog de la autora