Ya saben ustedes que se les suele llamar “Baranda” a quienes en todo mandan. Vamos, en todo todo, no, sino en la amplia parcela en la que los mandamases se mueven. Bien, pues esto va, con todo el respeto del mundo, para aquellos Barandas que se mueven en el terreno de las normativas semanasanteras. Y, por aquello de que algunas cofradías le echan la patata caliente a la Iglesia y las jerarquías eclesiásticas a las cofradías, con el permiso de unos y de otros, los aglutino a todos en mi reclamación. Porque esto es una reclamación pública y en toda regla que hago en nombre de la Mujer.
Nos encontramos en el inicio de la Semana Santa. Evidentemente, no puede negarse que muchos lo celebren más como una festividad “festiva” que como un reencuentro de las raíces cristianas. Es cierto que muchos cofrades tienen en sus mentes apareada la idea de procesiones y juerga; imágenes y cervezas; tambores y diversión. Aunque también es cierto que otros la viven desde el recogimiento y el reencuentro con la esencia del ser humano. De todas formas, se viva como se viva no voy a ser yo –no me atrevería a tanto- quien critique o sugiera la forma individual de vivirla. Sin embargo, sí creo estar cualificada para pedir a las Hermandades que prohíben expresamente que una mujer vista sus túnicas que deroguen tan lamentable y oscura decisión. Fíjense que no se me ocurre decir para nada que me parece una clara injusticia sexista puesto que considero que es una oscura e injusta decisión. Y se las argumento, tanto desde el punto de vista jurídico como religioso. Nadie desconoce (aunque la realidad diga lo contrario) que Mujeres y Hombres somos iguales ante la Ley, según nuestra Constitución, así que, aunque sólo fuera por eso, no hay razón argumentativa socialmente para prohibir la entrada a mujeres en determinadas Hermandades. Pero, si ante la sociedad somos iguales, ante la religión también, por mucho que el machismo imperante desde las cavernas se empeñe en demostrar lo contrario. San Pablo, obviamente condicionado por su cultura judía y su tiempo, no olvidemos que ya hace de esto más de dos mil años, soltó algunas perlas por su boca destinadas a descalabrar cualesquiera preponderancia de la mujer sobre el hombre, pero también dijo: “Ya no hay hombre ni mujer: todos sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28). Eso, sin olvidar que fue una Mujer la responsable de la cristianización definitiva del imperio romano a partir del s.IV: Sta. Elena, madre del emperador Constantino. Y “lo más importante”: no olvidemos que fue el Maestro quien demostró a lo largo de su corta vida pública que la Mujer estaba a la misma altura que el hombre. O un poquito más. Tengan en cuenta los señores Barandas que impiden a la Mujer ponerse una túnica, que fue precisamente a una mujer a la primera que Jesucristo eligió para mostrarle su triunfo sobre la muerte. Y eso que conocía perfectamente el valor que una mujer tenía en su comunidad. ¿No sería eso suficiente razón para abolir cualquier vestigio de injusticia (que no de machismo) sobre la mujer y las cofradías?
Y no, no me vengan diciendo que si la tradición… porque por tradición los romanos seguirían echándonos a los leones; que si la normativa… porque la normativa la hacen los hombres y pueden cambiarla cuando gusten; que si la religión… por religión hay franciscanos y clarisas, dominicos y dominicas…, vamos, que no encuentro argumento alguno (sí, sí, ya sé que muchos de ustedes me pueden dar montones, pero digo argumentos razonables) para que a día de hoy todavía haya Hermandades en donde esté prohibida la presencia de una mujer.
Salvando las distancias, en Yecla ocurría lo mismo con los Alcabuceros, hasta que una mujer agarró un escopetucho y se lío a pegar tiros junto a los hombres rompiendo así una tradición de siglos ¡Pues claro! Toda tradición comienza un día. Igual las mujeres apartadas de vestir una determinada túnica de Semana Santa tenemos que hacer como las yeclanas. Y no, no me refiero a ponernos a pegar tiros al aire (aunque lo piense) sino, simplemente, a vestirnos las túnicas de nuestros padres y a salir en procesión (con vela o trabuco) a ver quién en capaz de lanzarnos la primera piedra que nos saque fuera de la fila.
Ana Mª Tomás Olivares
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