Oculta en la esquina de un lugar cualquiera,
te observo muñeca, muñeca de carne,
con tu falda corta, tu malla de seda,
y esas bellas piernas despertando el aire.
Tú, que vives de eso, de vender tu cuerpo,
muchacha sin alma, de duro semblante,
no esperes del mundo con su cielo abierto,
ni besos, ni amores, ni lazos de amante.
Sola y pensativa, sedienta de anhelo,
siempre preparada para cualquier trance,
sufres el escarnio y ese cruel flagelo,
que a nadie le importa, ni le importa a nadie.
Cuánta hipocresía y cuánto castigo,
vives cada día con dolor constante,
que hasta con el hombre vil, fiero, al abrigo,
sueñas noche y día, aunque sea un instante.
Sola, por las tardes, muchacha te veo,
con tus labios rojos, pecho exuberante,
y esos bellos ojos que infunden deseo,
pero de mirada triste y anhelante.
Tú, que siempre ofreces dicha y compañía,
sumisión y entrega con trato humillante,
sientes y padeces de noche y de día,
ese cruel desprecio, vivo y lacerante.
Los que no entendieron tu vida marchita,
que no han comprendido tu lucha constante,
son aquellos mismos, que hoy te piden cita,
y luego te halagan con celo infamante.
Oculta, en la noche de un lugar cualquiera,
sola y pensativa, muñeca de carne,
con tu falda corta, tus medias de seda,
te encuentro en la calle, mendigando el aire.
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Autor: Juan A Galisteo Luque
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