Querida Yolanda:
Sé que todos opinan que nuestro amor es un chiste, un juego de tontos, la burla que el destino tiene reservada a dos seres como nosotros, niños grandes, hombres y mujeres de algún planeta desconocido. Tú ya has cumplido los treinta, yo sólo tengo veintidós, pero no importa. La diferencia de edad no es la encargada de escribir la historia de amor entre dos pobres retrasados, esa historia la escriben los besos, los que nos robamos a escondidas en el patio del Centro Especial, a espaldas de los cuidadores, esos besos que encienden tus mejillas y ponen al galope mi corazón de hombre-niño. Y también la escriben nuestras manos, las que buscan intrépidas algún tesoro bajo la ropa e intentan alcanzar estrellas para crear un universo propio.
Nadie nos entiende, dicen que no hablamos bien, sin embargo utilizamos un lenguaje de sonrisas que desciframos sin dificultad. Qué importan las palabras cuando nunca fueron suficientes para arreglar el mundo. Prefiero tu boca, perfilada de manera nerviosa y con un lápiz demasiado rojo, boca de muñeca feliz, de las que se dejan maquillar con gesto amable y muestran después los dientes de colores.
Me gusta verte pasear por el patio como un torbellino de risas, con esas faldas estampadas que nunca combinan con las blusas. A nadie le preocupa cómo vista una tonta. Me gusta regalarte flores de cartulina: rojas, azules, amarillas, violetas… Las recorto con mucho cuidado para que no te pinches y te las entrego a escondidas a cambio de besos.
Qué diferente es nuestro mundo siendo el mismo que el del resto de los mortales. Mientras algunas personas oyen gritos, nosotros escuchamos música, una música imaginaria que nos invita a bailar agarrados por la cintura y con las frentes unidas como siameses enamorados. No sabemos de tecnología, sin embargo sentimos descargas eléctricas si nos rozamos la piel. Jamás escribiremos poemas, pero dibujamos corazones con el dedo índice sobre la tierra mojada, sobre el polvo que se posa por encima de los muebles o sobre el plato con azúcar en el que rebozamos las fresas. Nunca conduciremos un coche, pero jamás nos equivocaremos de camino. Quizás en ningún momento viajaremos en avión, pero nos deleitaremos cada tarde observando el vuelo de las aves migratorias. No nos preocupará la declaración de la renta, pero temblaremos como hojas movidas por el viento el día que uno busque al otro y no lo encuentre.
Querida Yolanda, desde que tocaste a las puertas de mi corazón soy todavía más feliz, he aprendido a soñar, a ponerme colonia en el cuello y sobre la ropa, a elegir cuidadosamente mis zapatos y a cogerle prestada alguna camiseta a mis hermanos mayores. He aprendido a mirar por la ventana y a ver en cada nuevo día una ilusión, y sobre todo he aprendido que nuestro amor no es un chiste, a pesar de que se haya convertido en el chascarrillo de todas las reuniones familiares. Nuestro amor es intenso como una lluvia de abril y profundo como el océano. Y yo, que ya no podría vivir sin tus besos prohibidos ni el calor de tus manos, sólo quiero que lo sepas. Con cariño.
Abel
Finalista del VI Concurso de Cartas de Amor convocado por la Biblioteca de Alcaudete (Jaén).
Maribel Romero Soler
Blog de la autora