Yo conocí la mano que llenaba la mía.
Abracé al hombre alto
-era lo más alto, cuando todas
las cosas eran altas-
y me llenó de ideas como besos,
de besos como risas, de vértigo y caricias.
Yo distinguía el ruido de sus pasos,
el golpe del llavín en la cerraja,
y cuando entraba la casa ya era casa,
las alcobas encogían de repente
la noche era redonda y se cerraba,
caracol, vientre, redil, manada
mansa, completa y agrupada.
Yo conocí a mi padre siendo padre
pero no supe del hombre que encerraba.
Ignacio Fajardo Portera