-Ojalá todo los tréboles tuvieran cuatro pétalos.
La mirada prendida en el verdor de los cuatro pétalos. De los ojos llenos se desprende a cada parpadeo la luz.
Ojalá la vida no fuese deseo y la luz implicase siempre entendimiento.
Ojalá los ojos indagando en el verdor de esos cuatro pétalos no se desbordara en
anhelos y que cada palabra que pronunciaras estuviera libre de incertidumbre.
Que la lluvia no fuera inclemencia limitándose, solo, a amamantar la tierra, que el frío no fuera devastador y supusiese, tan solo, una tregua, que la oscuridad en la noche soportase únicamente el descanso, y el miedo habitara en la última estancia del olvido.
¡Como te entiendo cuando formulas tu deseo! Y el silencio que le precede y la quietud de tus manos sujetando el trébol, y la mirada perdida en el deseo, imposible deseo, el indomable impulso de desear continuamente.
No hay descanso para los ojos que quieren ver, ni reposo para los oídos que quieren escuchar, ni satisfacción en la consumación de lo que resurge como Fénix al instante mismo.
De la sonrisa al silencio, durante un segundo indagamos mutuamente en el fondo de nuestras pupilas, luego vuelta, otra vez, sobre los sedosos y verdes pétalos.
-Ojalá todos los tréboles tuvieran cuatro hojas
Tus pensamientos se resumen en esas palabras que repites una y otravez.
Solo oigo eso mientras tú lo pronuncias; solo pienso en eso mientras tu mirada acaricia mi cara al tiempo que pronuncias; solo tengo eso mientras tus labios se mueven cincelando el aire que
expulsas para ponerme al corriente: – Ojalá todos los tréboles tuvieran cuatro pétalos.
Y mientras tanto, ambos, conjugamos la vida aprovechando los ecos de algún silencio ajeno.
No hay virtud en este momento, ni propósito, solo la certeza inútil de que los tréboles solo tienen tres pétalos.
Cristina Flantains
Cristina, muy efectiva la an
Precioso y escrito con sensibilidad po