Calablanca. Por BleSSed

Calablanca=
Hola Mini.
Es curioso que siempre comience tus cartas así. Te bauticé, y con Mini te quedaste. Parece que no andan bien las cosas por aquí, ¿verdad? La serpiente hace su ronda en nuestro paraíso. Son tantos los recuerdos que me quedan de tan poco tiempo… Me atrevería incluso a decir que ninguno malo. Puedes sentirte orgullosa, has dejado una gran huella en mí. Nada hay que deba reprocharte, ni por lo que pedirte perdón. Solamente puedo agradecer. Gracias por los ratos que he pasado a tu lado. Gracias por ser una bocanada de aire fresco en mi autoestima. Gracias por hacerme sentir el mejor amante. Gracias, simplemente gracias..
Y sin más un día, todo cambió. Tu voz se volvió fría, tu mirada cortante. Me pediste que te dejara sola cuando te fui a ver. Llevas ya una semana así, sin decidirte, sin mover ficha. Siete días, me prometí, ni uno más de incertidumbre. Y es importante también ser fiel a uno mismo, tú me lo enseñaste. Gracias por hacerme susurrar pétalos de cala blanca, donde otros en mi situación estarían vomitando cuajos de bilis.
Lo siento. Adiós.
Carlos.

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Jamás llegué a plasmar esta carta a papel. Murió en mi cabeza

En la cima. Por Marita

Circulo Dalí
El viento empieza a soplar suavemente y tus manos me acarician haciendo temblar mi piel.
La lluvia se hace notar, primero despacio, luego en torrente; tus besos me queman los labios.
Los árboles se mueven al ritmo del viento en una danza incontrolable, mágica, como tu abrazo.
La Tierra comienza a estremecerse, el viento se transforma en huracán, llevándonos en un vuelo celestial, mostrándonos lo grandes que podemos ser.
El cielo se inunda los mares se abren las estrellas caen como rayos sobre el suelo ardiendo tu piel la mía el abrazo la Tierra en espasmos se contrae el cariño se incendia todo alrededor las flores se abren al Sol que ha emergido entre las nubes la lluvia cesa el mar se calma la luz, la luz. Uf! Ahí estás. Y te sonrío.


Marita

Crimen sin Castigo. Por Marita.

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Hacía meses que no la veía.

Recuerdo cuando la tuve que perseguir, sin resultados, una tarde entera. Tal era mi obsesión.

Soñaba con ella, su cuerpo amorfo era mi mayor pesadilla. No quería volver a verla nunca más, pero, a la vez, necesitaba encontrarla, tenía que verla.

Era para mí como una tarea inconclusa, de hecho lo era. Cuando no en el sueño, se convertía en la causa del insomnio.

Este amor-odio me destruía la mente, me hacía vomitar, me estremecía entera. Pensaba en qué momento aparecería, con sus asquerosas uñas a rasgarme la piel, a chuparme la sangre…

La buscaba, la busqué infructuosamente durante mucho tiempo, hasta que la olvidé. Así no más, se me salió de la cabeza, de la guata y se me acabó el miedo.

Viví tranquila varios días hasta que… ahí estaba la maldita, horrible, gigantesca, negra, descansando de quizá qué pavoroso asesinato, en medio de su telaraña.

Tomé la escoba y la maté.


Marita

¡Son flores! por Marita

Circulo Dalí
Cada vez que se iba a una casa nueva, llenaba el jardín de flores, de todos los colores, de todos los tipos, grandes chicas, delicadas, «carn’e perro», muy fragantes algunas, otras hedionditas; sanadoras algunas, de simple adorno la mayoría.
A sus setenta y cinco años, había hecho nueve mudanzas, a nueve ciudades, nueve nuevos jardines que sembrar.
Tuvo nueve hijos, dos quedaron enterrados en uno de esos jardines. El marido en el octavo.
Ahora viuda y con dos nietos que cuidar, criar y mantener, seguía empecinada en hacer el mejor jardín de su vida.
«¿Para qué sirven las flores?» Le preguntaba el niño más chico.
Para que se vea lindo el jardín, para que veamos cosas bonitas, para sentir ricos olores, para sentirnos alegres, para saber que cada día hay que regarlas y cuidarlas.
«¿Pero para qué?» Insistía el mocoso.
Aburrida de sus incansables interrogatorios, la abuela lo dejaba contemplando atónito el espectáculo colorido.
E l niño más grande le ayudaba un poco, regaba, sacaba maleza, era casi perfecto, pero nunca sabía cuáles eran de interior y cuáles no.
Cuando yo me muera, quisiera que me llenen de flores, pedía sin exigir, como sugiriendo.
Un día, el niño más chico la fue a buscar al dormitorio porque no se levantaba y él quería desayuno. Fue y la tocó varias veces, pero no se movía. Se murió, pensó el niño y, obediente y leal, fue y arrancó todas y cada una de las flores del último nuevo jardín y se las puso encima.
Feliz con su hazaña, se fue a la puerta a esperar al hermano mayor para mostrarle cómo había dejado a la abuelita toda cubierta de sus tan amadas flores.
Llegó el hermano y se fue corriendo a la pieza, ahí estaba la pobre abuela en evidente estado de haber luchado contra las flores, infructuosamente.


Marita

Cita prohibida. Por Ketsya.

Café
Salía a media noche, conducía hacia el bar de siempre. A esa hora en la que los trabajadores dejan la jornada, bien pagada o no. La lluvia débil humedecía el cristal del autocar y hacía chirriar la goma de las ruedas en cada curva y en cada esquina de la ciudad.
Había quedado con Mario, hacía unas horas que nos habíamos visto en Central Park ydecidimos quedar para concretar algunos asuntos de negocios. Decía que tenía algo importante que contarme y viniendo de Mario no me sorprendía en absoluto. Siempre tenía algo importante o interesante que contar una noche de lluvia.
Me encantaba esa forma suya tan peculiar de quedar y siempre lo hacía en lugares sofisticados. No le gustaban los sitios visitados por mucha gente. Solía escoger sitios recatados y solitario, con luz tenue y música directa. Casi había veces que sentía que todo aquello indicaba que quería conquistarme. Si, el y yo habíamos flirteado alguna vez e incluso cuando trabajábamos en los Ángeles parecía que nuestra amistad que tan solo era laboral llegaría a más, pero ninguno daba el primer paso.
Siendo sincera siempre me había gustado Mario, era todo un caballero.
No había día que no vistiera con traje de chaqueta negro. Decía que los trajes de chaqueta no podían ser azul marino porque quitaba la elegancia y la seriedad del mismo traje. Lo que si que cambiaba a menudo era la corbata y los zapatos. También tenía su gran manía, sacar los puños de la camisa por la chaqueta 2cm ni uno más ni uno menos, podías verle a la hora del día que fuera que la medida saliente de su camisa blanca siempre era la misma.
Yo vivía fuera de la ciudad, lo que hacía que tuviera que salir pronto de casa e ir en auto. Además estaba lloviendo lo cual sumaría un total de 30 minutos de tardanza en llegar al sitio citado. Durante el camino iba escuchando la radio, un programa de radio de aquellos en los que la gente escribe poesía y la decida a un familiar, a un amigo o al vecino de arriba que te ayudó un día a realizar la compra. Alguien recitaba un poema cuando sonó el teléfono. Era Mario, decía que no podría asistir, le había surgido una reunión de repente y le era imposible aplazarlo, pero que, aún así, fuera a la cafetería pues el camarero tenía algo para mi. Me ordenó que lo pidiera al nombre de Matha Green, que era allí como yo me llamaba.
En aquel momento maldije una y otra vez mi mala suerte. Y era cuando empezaba a reconocer que realmente amaba a Mario, nunca lo había reconocido pero era verdad, siempre me había parecido encantador y el hombre perfecto que podría completar mi vida. Tonta de mi jamás se lo desvelé, quizá era que no creía que tuviera muchas posibilidades con
él. Fuera como fuese nunca le dije la verdad.
Antes de colgar el teléfono oí un gran estruendo, como una explosión. Luego el teléfono hizo un pitido raro y Matha ya no contestó. Pronto me di cuenta de lo que pasaba y más tarde alguien llamó a mi móvil dándome la fatal noticia. Al parecer Matha, mientras me contaba su gran cita y su gran fracaso había desviado la vista de la carretera. Un camión venía de frente y la reacción ya era tardía. El impacto frontal con el camión fue mortal. Mario nunca se enteró de su muerte, simplemente pensó que ella se había mudado y con su traslado había rechazado la petición de aquella nota.
Tras el entierro me dirigí a la cafetería de la famosa cita, me hice pasar por Martha y conseguí la nota que Mario había dejado para ella.
Hoy estoy frente a su tumba con la nota en las manos, que aún no he desdoblado, y me dispongo a leerla para Martha.

«Siento no poder decirte esto a la cara. Pero sabes como es esto de las reuniones sorpresa, uno tiene un gran plan y de repente te loestropean. También siento haber esperado tanto tiempo, debí decírtelo desde el primer día que te conocí, pero como dicen –Nunca es tarde si la dicha es buena- El caso es que te adoro, desde el día en el que apareciste por la puerta de mi despacho en Los Ángeles supe que era la mujer perfecta y que debías ser mía. Luego te conocí y ya corroboré mi pensamiento, ya no sabía que eras para mi en realidad tenías que ser mía. Pero desgraciadamente nunca me atreví a conquistarte, me ponías
tan nervioso que no me salían las palabras.
Hoy quiero que me aceptes como amante, como novio, como Mario, como la persona que te dará todo lo que tiene sin recibir nada a cambio. Siempre supiste que mi deseo era dar el «Si quiero» pero nunca supiste con quien. Bien ahora ya lo sabes eres tu, aquella chica de la que tanto hablaba contigo, eras tu, aquella a la que dedicaba las canciones y los poemas y mis escritos, eras tu. Tu eras mi musa.
Ahora solo espero tu respuesta, si me aceptas vuelve aquí mañana a la
misma hora y podré decirte todo esto mirándote a los ojos para que
veas que no miento.»

-:::Ahora es cuando pienso lo fácil que es destruir los sueños de las
personas. Requescat In Pace. Martha:::-

Ketsya

Ojalá todo los tréboles tuvieran cuatro pétalos. Por Cristina Flantains

Trebol

-Ojalá todo los tréboles tuvieran cuatro pétalos.

La mirada prendida en el verdor de los cuatro pétalos. De los ojos llenos se desprende a cada parpadeo la luz.
Ojalá la vida no fuese deseo y la luz implicase siempre entendimiento.
Ojalá los ojos indagando en el verdor de esos cuatro pétalos no se desbordara en
anhelos y que cada palabra que pronunciaras estuviera libre de incertidumbre.
Que la lluvia no fuera inclemencia limitándose, solo, a amamantar la tierra, que el frío no fuera devastador y supusiese, tan solo, una tregua, que la oscuridad en la noche soportase únicamente el descanso, y el miedo habitara en la última estancia del olvido.

¡Como te entiendo cuando formulas tu deseo! Y el silencio que le precede y la quietud de tus manos sujetando el trébol, y la mirada perdida en el deseo, imposible deseo, el indomable impulso de desear continuamente.
No hay descanso para los ojos que quieren ver, ni reposo para los oídos que quieren escuchar, ni satisfacción en la consumación de lo que resurge como Fénix al instante mismo.
De la sonrisa al silencio, durante un segundo indagamos mutuamente en el fondo de nuestras pupilas, luego vuelta, otra vez, sobre los sedosos y verdes pétalos.

-Ojalá todos los tréboles tuvieran cuatro hojas

Tus pensamientos se resumen en esas palabras que repites una y otravez.
Solo oigo eso mientras tú lo pronuncias; solo pienso en eso mientras tu mirada acaricia mi cara al tiempo que pronuncias; solo tengo eso mientras tus labios se mueven cincelando el aire que
expulsas para ponerme al corriente: – Ojalá todos los tréboles tuvieran cuatro pétalos.
Y mientras tanto, ambos, conjugamos la vida aprovechando los ecos de algún silencio ajeno.

No hay virtud en este momento, ni propósito, solo la certeza inútil de que los tréboles solo tienen tres pétalos.


Cristina Flantains

Otra vez más. Por Ketsya

Rose
Era la misma hora, el sol caía sobre los tejados de Toledo. Ni un
segundo más, ni uno menos, ni un minuto adelantado y mucho menos
atrasado. Sonaba nuestras canción, la canción que siempre me dedicaba
a las misma hora. Cuando me lo dijiste me parecía casi imposible que
hubieras exigido a aquel programa de radio contemporáneo que pusieran
nuestra canción a las 8:00,03 de la tarde.
Sonaba la canción y yo la tarareaba en voz baja, mientras tu tocabas
cada nota acompañando el dulce silbar de los violines, como si de un
concierto se tratara. Aquella tarde, antes de culminar la «obra» y
esperar mis aplausos y sonrisas te acercaste a la ventana, donde yo,
sentada en el quicio del ventanal, observaba como el sol ocultaba su
rostro.
Tus manos se posaron en mis hombros, mi cuerpo se estremeció en un
dulce cosquilleo incesando que recorrió mi piel de arriba a bajo.
Comenzabas a acariciar mi fino cuello y los dedos lo amasaban con
delicadeza, siempre recordabas el intenso estrés que se me acumulaba
en las primeras vértebras de la columna. Después vinieron aquellos
besos, tan breves y tan dulces. Y a la vez de lentos, rápidos, la piel
se me erizaba y la brisa de Otoño se colaba por la ventana y chocaba
en nuestros rostros. Tu, creyendo que mi piel se erizaba por el frío,
pasaste tus manos por mis brazos de arriba abajo, calentándolos,
dándoles calor.
Más caricias y más besos, luego más pasión y deseos por tenernos el
uno al otro. Entre el sonido de tu respiración se escuchaban las
últimas notas de mi canción, de nuestra canción. Aquella que tocaba el
grupo de música aquel cuando los dos nos miramos por primera vez. Que
gratos recuerdos me venían a la mente mientras abrazabas mis labios
con los tuyos, besándolos de esta forma tan peculiar, tan tuya.
Tras ese beso intenso me abrazaste apoyando tu cabeza en mi pecho,
refugiándome del frío y volvía a naufragar en los pensamientos del
pasado. Aquellos recuerdos en los que nos escondíamos tras los
portales para desearnos y besarnos. De pronto… sonó el despertador.
«Otra vez ese estúpido sueño», pensé, «Otra vez…»