Llegué a mi casa agotada. Había trabajado todo el santo día, tuve que verle la cara a miles de personas y ninguna agradable, puras caras aburridas, enfermas, dolientes, magulladas, agonizantes.
Debí saber que la enfermería sería así. Debí adivinarlo, como debí adivinar lo que pasaría esa noche.
Herví una salchicha y la puse en la mitad de una marraqueta con harta mayonesa y tomate. Estaba empezando a comer este singular choripan con un vaso de leche y me preparaba a acostarme cuando ví en la ventana de al lado a mi vecino mirándose al espejo.
El es muy guapo, tiene un cuerpo espectacular, cero guata, brazos musculosos, pero no en exceso, tal como me gusta. Es soltero también, igual que yo, entonces, empecé a pasarme gran cantidad de películas con el vecinito, total no tiene nada de malo soñar un poco. Sería tan rico descansar en esos brazos después de hacer el amor y darle muchos besos a esa boquita tan rica…
Eso pensaba yo, mirándolo mirarse. El no se daba cuenta, estaba muy pendiente de saber cómo se veía para preocuparse de si había dejado la cortina abierta o no. Yo rogaba que no la cerrara para olvidarme de tanto huevón feo que había visto en el día. Viejos guatones, viejas hediondas, bocas malolientes, niños moquillentos, puaj! De todo…
De repente, el vecino se sacó la ropa, lentamente, mirándose al espejo, increíble, nunca había visto a un hombre tan vanidoso. Se tocaba, se contorsionaba. No alcanzaba a escuchar música, pero parecía que bailaba.
¡Ah, mierda! Se estaba masturbando, y cada expresión de su boca era taaaaaaaaan decidora.
Pero había algo raro. Daba la impresión de estar bailando para alguien, mientras se masturbaba. O a lo mejor era bailarín de cabaret y estaba ensayando. De más, yo nunca había conversado con él y no tenía idea de lo que hacía. Y con ese cuerpo, claro que podía. Sin dejar de lado que tenía cara de calentón también. Aunque yo no debía ser de su gusto, ya que a penas me saludaba.
Pensé que no debía seguir mirando. Aunque rico, igual era un poco asqueroso… Dejé de mirar por un segundo y no pude seguir comiéndome mi pseudo «hot dog», por razones obvias. Y la leche… bueno, supondrán lo que pasó: me quedé sin comer… Tal vez más tarde me tome una cerveza.
A pesar de hacerme la cartucha, volví a mirar y … no! Esto sí que era sorpresivo y desilusionante para mí. No estaba solo, una sombra se acercó desde la cama hasta tomarlo por la cintura. Luego se alejó. Esto sí que no lo iba a ver, una pareja dándose no era lo que yo esperaba para el descanso de mis ojos justamente esta noche…
Me levanté y me puse pijama, prendí la tele y no había nada bueno, la apagué.
Y el bichito quedó, no lo podía soportar. Tuve que volver a mirar… ¡Ay, qué sucia me sentía!
Cuando me asomé nuevamente, ví algo que jamás había visto y creo que por más que trate, nunca se me olvidará. Puede que yo haya sabido de muchas cosas raras, visto incluso una que otra locura por ahí, en revistas, en películas, pero así, en vivo y en directo, nunca…
El mino regio, mi estupendo vecino, el sueño erótico de cada mujer de esta cuadra, estaba usando un sostén y siendo penetrado por otro tremendo tipo.
THIS SIDE WE CALL VORÁGINE». Por Pablo Serrano Almunia
La verdad suele ser simple, no así los hechos. Trataré de narrar los hechos como si fueran la verdad. (Es decir, como si fueran simples). Entré en un bar cualquiera y me senté a la barra. Pedí un café o dos y entonces entró el compadre. Sería un poco más alto que yo, supongo que algo en su pinta me disgustó. Tengo la mala, perniciosa y persistente costumbre de andar mirando a los lados, y el tipo debió notarlo.
La verdad es que las camareras reclamaban más mi atención, por razones que sería prolijo especificar, sin embargo, mi adversario pareció irritado y me soltó: «¿Es que no tienes otro sitio donde mirar?» La cafeína, lo reconozco, me altera. «Será para ver lo guapo que eres» le respondí. «Ah, ¿encima de tonto, maricón?» me aduló él.
Yo contesté sin mirarlo: «Piensa el ladrón que todos son de su condición», a
lo que él repuso: «¡Mírame cuando te hablo, idiota!».
Supuse que era hora de que los actos suplantaran a las palabras, así que
actúe. Me encaré con él, nos dimos los pertinentes empujones e iniciamos el
combate. No entraré en pormenores, que afearían la simplicidad que busco,
básteme indicar que hubo patadas y puñetazos. Lastimosamente, nadie se avino
a separarnos. A falta de armas, al final opté por estrangularle. Nadie se
avino a separarnos. Concluí que una estupidez semejante sólo podía ser
compensada por otra similar. Resolví suicidarme. (No importa cómo, estoy
narrando los hechos, no sus pormenores) Ya en el cielo, en el infierno o en
el limbo, que no importa, me encontré, como era de prever, con mi rival. «Te
perdono,» me dijo, «porque lo que hiciste en realidad fue irreal». «No te
entiendo», repuse. «Es muy sencillo,» me explicó, «el budismo del Norte
enseña que la característica principal del universo es su vacuidad, y que
todo es ilusorio, como lo es el Buddha, como lo es el budismo del Norte,
como lo es el universo, como lo es nuestra muerte, como lo es este diálogo,
como lo es la página que escribes, como lo es el lector que te lee».
Este lado lo llamamos vorágine. Luego, claro está, me desperté.
Pablo Serrano Almunia
Preguntas y mas preguntas. Por Ketsya
– ¿Miras?
– Está lejos
– ¿Piensas?
– En sueños
– ¿Sueñas?
– Pensamientos inalcanzables
– ¿Los quieres?
– No
– ¿Por qué?
– Dejarían de ser sueños
– ¿Vives?
– Eso parece
– ¿Quieres terminar con esto?
– Si, pero no
– ¿Por qué?
– No soy tan cobarde como tu
– ¿Qué quieren?
– Que no sea yo
– ¿Qué hace?
– Me ignora
– ¿Qué harás?
– Seguir luchando…
Una niña y su perro – MARITA
Al llegar del colegio, ahí está el quiltrito, esperándola, feliz y le mueve la cola y le lame las piernas y se le tira encima y ella lo abraza y retribuye todo el cariño que el animal le da.
Durante dos días la niña no llega a la misma hora, llega muy tarde. Qué sabrá el perro, quizá si piensa en qué andará. Fielmente, en la vereda, espera hasta la hora en que aparezca la ama.
Pasan los meses y la niña va desapareciendo cada vez más. Se dará cuenta él que está enamorada? De alguna manera él nota menos cariño de su parte, pero no le importa, él se mantiene a sus pies.
El ha visto a la niña llorar, correr del cuarto al baño, sangrando entre las piernas, la madre la golpea, el padre pretende ignorar. El no sabe qué hacer, ladra y salta, en un raro afán de proteger a la niña de no sabe qué desgracia o qué enfermedad o qué locura.
No importa lo que hizo, no importa qué pasó, si fue obligada, si lo hizo por su propia voluntad, si estuvo bien o estuvo mal, si el feto venía bien o venía mal, a él no le importa, a él sólo le importa que la niña tiene pena y él la debe consolar.
En el suelo se tiende y la sangre cubre los pies de una niña y su perro.
Un día cualquiera. por Marita
Amanece y ella despierta ahí, en medio de la tierra, con sus canes, fieles compañeros. El frío no la incomoda, tampoco las miradas. De cerca, nadie se atreve a mirar. El quiltro chico le acerca la bolsa en que está el pan, ella la abre y primero los alimenta a ellos, luego rompe un pedazo de marraqueta y lo mastica con las encías y la muela que le queda.
Ahí mismo, en medio de la tierra, se cambia la ropa. El hedor inunda el lugar.
Coge sus pertenencias y parte rumbo a la playa. Allá se recuesta en la arena y de vez en cuando juega con los perros. En la mañana el agua está helada, pero ellos gozan con las olitas. Ella los mira y se sonríe, se ríe. Es increíblemente feliz con ellos, su familia canina.
Debe tener cerca de cuarenta o cincuenta años. Tiene arrugas de cincuenta pero cuerpo de cuarenta. La calle será…
Mira al cielo y pensará que se acerca la hora de almuerzo, empieza a mendigar.
Camina hasta el centro y en tra a un sucucho, lleno de borrachos y putas amargadas, las mira con pena y sonríe triste, moviendo la cabeza a los lados.
Parece tanto más vieja de repente y tan joven otros momentos.
El pelo revuelto, bien corto al menos.
Las putas se alejan y los curados la molestan. Ella ignora. Pide una cazuela y saca un montón de monedas para pagar. Las deja sobe el mesón y sorbe la sopa con ganas. Sale rápidamente y le da a los quiltritos la carne y la papa.
Los raquíticos le agradecen meneando la cola y saltando por más. No hay más.
Con otro montón de monedas compra un cigarro suelto y lo enciende con habilidad de fumadora, años fumando.
Se devuelve a su «casa». En este tiempo refresca temprano.
Se instala en la tierra, saca un libro y lo empieza a marcar. Millones de anotaciones, donde ya no caben más.
Un par de niños muy chicos se acerca a los juegos que son su pared, ella refunfuña y los niños se van.
Se tiende a dormir la siesta, los compañeros al lado, pegadit os al cuerpo de la mujer.
Dos, tres horas. Despierta acalambrada y con un estirón queda nueva. Trota alrededor del pasto media hora y parte de nuevo. Esta vez con rumbo a los colegios. Pide monedas y si le dan pan, se enoja, pero lo acepta. Con las monedas compra licor.
Se sienta en la vereda, frente al colegio y mira a los niños. Por sus sucias mejillas caen sin parar negras lágrimas que seca con su manga, con el vestido, con lo que sea. Nadie la ve. A nadie le importa.
Los perros felices, los niños les dan cualquier cosa para comer y ellos saltan de alegría.
Ya en la plaza de vuelta, saca un cuaderno esta vez y cuenta infinidades, bebe sin parar hasta quedarse dormida ahí, en medio de la tierra, para dormir eternamente, ahí, en medio de la tierra.
Nadie la verá, como nunca nadie la vio y los quiltros la acompañarán hasta darse cuenta.
Marita
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Sin apuro. por Marita
Al fin había llegado, la tenía esperando horas. Qué se creía el desgraciado, sin avisarle y más encima jactándose de sus aventuritas. No se atrevía ni a reclamarle, si lo hacía, el combo en la espalda o en el estómago, era inevitable. Ahí, de maricón, donde no se notara, donde nadie lo viera. Una vez le pegó en la cara y la tuvo que dejar encerrada toda la semana, los niños donde la madre.
Se levantó la pobre torpe a buscar la cartera y él le pregunta dónde va. «A la casa de la Ceci, contigo, pues…»
Que él no va donde esa guatona de mierda, que es una conventillera, que le mete cosas en la cabeza (como que ella no pudiera pensar por sí misma), que quiere acostarse, que está muy cansado, que él trabaja, no está todo el día hueviando en la casa…
Entonces, la pobre torpe, se resigna y devuelve la cartera al closet, se saca los zapatos y se mira al espejo. Que no se le note la pena, la rabia, la impotencia, la intención.. .
«No importa, mi amor, cuando tengas ganas vamos. No hay apuro.»
Le sirve la comida y le ofrece un «bajativo», segura que él aceptará, así es más seguro, más rápido… pero no hay apuro…
Mañana será otro día.
Amanece con el sol brillando, los pajaritos cantan, el invierno se convirtió en primavera. Se mira al espejo, que no se note… tanta felicidad…
«Niños, el papá tuvo un problema y va a tener que viajar muy lejos, pero dijo que los quería mucho y que no se olviden de él.»
Junto con la basura, se va el frasquito, el vidrio molido y ningún resquicio.
Marita
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Muerto. por Marita
Lo mataron, sin siquiera arrugarse, les importó un reverendo cuesco y lo asesinaron. Se metieron por la cueva el montón de años que los cobijó, los abrigó, los protegió, los acunó incluso…
Fue, por casi un siglo, el mudo testigo de romances, rupturas, concepciones, largas y terribles confesiones, juegos infantiles y otros no tanto.
Abogó por las pequeñas, defendió a los perritos, salvó miles de gatos.
Con orgullo, veía cómo, generación tras generación, se le acercaban y le contaban sus cosas, era el soporte, el hombro, el único amigo, el más amigo.
Sólo él sabía escuchar.
Acogió a cuanta cosa viva quisiera llegar a él.
Y ahí yace, inerte, imposibilitado.
¿Quién tiene la propiedad de la vida?
¿Quién decide quién muere y quién sigue vivo?
¿Quién dice que él no tiene alma?
¿Qué carajo se han creído?
Y ahora están felices, los asesinos, los mutiladores.
¡Ojalá sean castrados de la misma manera!
Ahora, sin él, injustamente muerto, podrán construir un gran estacionamiento.
Se lo llevarán, seguramente a convertir en sillas, mesas, muebles, el esquinero que la vieja cuica quería hace tanto tiempo, la mesita de centro pa’ la hueca de la nuera, una lámpara «diferente» para el Benja…
Pobre, mi viejo, muerto y todo y seguirás siendo parte…
Yo sólo quiero una astillita, ésta, para cuando tenga pena, clavármela y saber que igual estás.
Marita
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