Pauland. Por Paula Muñoz

-Descríbeme todo lo que veas- dijo el ciego.

-Aquí hay una casa, un coche, un perro…

-¡No! Así no. Describe la casa, si tiene jardín o no, el color del coche, que raza es el perro -¿cruza la calle o roe un hueso?- quiero saber todo acerca de donde paseamos. Hazlo como a ti te gustaría que lo hicieran si no pudieses ver más la belleza de la Naturaleza. Como si yo te dijera el nombre de un lugar que no conoces: Pauland. No tienes ni idea de cómo es, pero te encantaría saberlo, ¿verdad?

-Sí.

-De acuerdo, pero si yo no te lo describo –o lo hago como tú al inicio, es decir, muy superficialmente- jamás llegarías a conocerlo, ¿no es cierto?

-Sí, tiene toda la razón. Pero, por favor, dígame cómo es ese lugar.

-Está bien. Pero primero hazlo tú, quiero ver cómo lo haces, si realmente has entendido qué es describir.

-Allá voy. Hemos llegado a un puente que cruza el río del pueblo. Es de madera, bastante largo pero parece muy macizo, sólido, resistente. Está adornado con flores de todos los colores, geranios, margaritas… al final hay un ensanche en una plaza adoquinada que rodea la estatua de una paloma –creo que alcanzo a leer su nombre, Plaza de la Libertad-.

-Así me gusta, chico. Es mi turno: el lugar de que te hablo es enorme, infinito, pero no ocupa ni un centímetro cuadrado.

-Perdone, pero no lo entiendo.

-¡Tu calla! Escúchame bien. Allí hay un sol cien veces más grande que aquí, una luna mágica que no deja lugar a las sombras angustiosas de la noche, un cielo tan azul que se pueden crear nubes en él tan sólo surfeándolo. Los pájaros aquí no molestan a nadie con su canto, pues pían muy dulcemente. Los animales no se matan entre sí para alimentarse, pues les sirve el aroma de las flores y del salitre del mar como sustento. La lluvia es bienvenida por todos, un refrescante baño en primavera; tampoco existe aquí el sofocante calor del verano ni el frío del invierno, pero sí encuentras oasis en los desiertos y cientos de icebergs en los polos. Las flores hablan sin miedo a ser cortadas, alejadas del césped. La plaza que me describes está en todos los lugares de Pauland.

-¿Cómo es posible todo eso? ¿Cómo es que no hay contaminación en el aire ni los ríos, que no existe destrucción, caos ni tristeza?

-Todo esto es posible porque aquí, en Pauland, no existe el hombre.

Paula Muñoz

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