Penélope y Humphry. Por Mari Cruz Agüera

Yo no llevaba abrigo y sin embargo
hacía mucho frío aquella tarde;
los poemas se helaban en las bocas
de los metros de todas las ciudades,
los barcos se amarraban en los puertos
temiendo naufragar entre glaciares;
vomitaban carámbanos las gárgolas
que culminan las viejas catedrales.
No saltaba la chispa entre los cuerpos,
no calentaba el sol ni los amantes,
tiritaban las tristes chimeneas
frente al motín de leña en los hogares.
Una nevada intensa en los diarios
presagiaba tu gélido mensaje:
“Lo siento, me entretuve, no me esperes.
Te llamaré mañana, ya es muy tarde”.
Y yo quedé tejiendo, como siempre,
tu silueta de sueño en los cristales.
Y encendí el pensamiento de los necios
por no llorar mis ganas de abrazarte.
En la Dos reponían Casablanca
y una neblina gris cubrió mi calle.


Mari Cruz Agüera

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3 comentarios

  1. Desde el primero al

  2. Justo es entregar una alabanza cuando lo que se lee lo merece tanto como este poema. Muy bueno.

  3. Gracias Mar

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