Desde que era un niño apostaba lo que fuera para conseguir un cómic de “Los tres Mosqueteros” o “El Capitán América”. Se pasaba las horas embobado pensando en tantas y tantas aventuras de las que le gustaría ser el protagonista. Fueron los primeros pasos que dio en el mundo de la literatura, cuyo dominio demostró a lo largo de su vida. Pero con los años, llegaron el matrimonio, los hijos y la vida laboral, interrumpiendo en cierta manera su actividad preferida.
Tras su jubilación, todo había cambiado bastante. Se había impuesto la era digital y la necesidad de introducirse en el mundo de la informática para ser alguien con quién poder mantener una conversación. Así, comenzó cursando módulos de iniciación al Word, al Windows, al Excel y poco a poco se fue soltando por la red. Era todo un experto al que acudían incluso sus nietos cuando necesitaban ayuda.
Descubrió el chateo y las redes sociales y se enganchó lo suficiente como para dejar de lado la lectura en papel. Este hecho le sirvió además para recuperar el ego que había perdido al verse destronado de una belleza y una juventud que siempre se le había antojado eterna. Podía conocer a señoras más jóvenes y más guapas de lo que a su edad correspondía sin necesidad de pasar por el cirujano y eso, quieras o no, te hace sentir joven de nuevo.
Como con la edad se aprende y veinticuatro horas al día son muchas horas, empezó a percatarse del peligro que esta actividad en principio inocente y sana podría llevar implícito, especialmente para chicas jóvenes. Sólo pensaba en su nieta Diana, tan enganchada al chateo como su abuelo, que llegó a pensar que podía ser incluso genético. Tras obsesionarse con este tema, siguió sus pistas por toda la red y se inscribió con otro nombre y otros datos personales para estar seguro de que Diana estaría a salvo. Así, se haría su amigo, le sacaría información y podría defenderla en caso de que alguien intentara engañarla o hacerle daño.
Y así fue. Por medio de un par de redes sociales para jóvenes, empezó a conocer a su nieta mejor de lo que se conocía a sí mismo. Sabía que ella de vez en cuando quedaba a solas con chicos que conocía de esta forma, porque era tímida y no había tenido suerte en el amor. Y con una peluca, un bigote postizo, una grabadora y una navajilla multiusos en el bolsillo, por si acaso, acudía a las citas para proteger a la tímida joven.
Pasaron unos meses de actividad y la verdad es que las citas de Diana eran más que aburridas: conversaciones sin interés, miradas al suelo, medio metro entre ella y su pretendiente…en fin, ni en sus tiempos había tan poco entusiasmo. El peligro de un tocamiento fuera de lugar, un manotazo o un grito más alto que otro en este caso quedaba descartado. A pesar de quedarse tranquilo en lo que a su nieta se refiere, es cierto que la adrenalina que rezumaba por los poros cada vez que hacía de policía camuflado le hacía sentir muy bien y tomó la decisión de continuar trabajando para otras jóvenes en la misma situación.
Seguía a los participantes de las citas, se sentaba en la mesa de al lado o detrás del banco o árbol del parque dónde al final todos iban. Incluso, había llegado a hacerse el borracho vagabundo tirado en el suelo si los enamorados se paraban en un callejón intransitado. Grababa las conversaciones más interesantes según su parecer.
– Bueno, la verdad es que no me llamo Candi, sino María y no tengo veintiún años, tengo dieciocho. Pero espero que eso no te importe, porque ya estoy tan preparada como una de veintiuno y después de ponernos tan cachondos por el chat, tenía que verte en persona.
– Pues llámate como quieras que mientras te lo piensas, te voy a dar yo un candy con un sabor especial que te va a encantar.
Esta fue una de las que más le sorprendió porque no entendió nada, a pesar de rebobinar y escuchar la conversación cientos de veces, cuán Sherlock Holmes. En su época no se estudiaba inglés ni de lejos y hasta que no descubrió el juego de palabras, lo que le costó muchas investigaciones por la red y preguntas en distintos foros no se percató de lo avanzado de la juventud, menos su nieta, en materia sexual. “¡Que juventud más desvergonzada, si Franco levantara la cabeza, a un reformatorio los llevaba yo si fueran mis hijos!”.
Cada día se tomaba con más interés su trabajo e iba acumulando en casa para su posterior estudio material gráfico, auditivo, además de una variada colección de pelucas, bigotes, gafas y bufandas. Andaba tras la pista de un depravado que, por las conversaciones que había mantenido en el chat, consideraba de lo más peligroso. Y acudió a su cita con una morenaza de toma y daca con la que él también había chateado por la red y con la que había soñado varias noches. “A esta que no me la toquen, no se lo merece”- pensaba en voz alta antes de salir de casa.
Una vez sentados en el banco del parque y cuando parecía que su chica no corría peligro, el depravado se rasgó la camisa, se bajó los pantalones e hizo amago de hacer lo que él se había imaginado tantas veces. Los gritos de ella parecían de espanto y se vio obligado a intervenir saliendo del arbusto sin pensarlo dos veces. Entonces la morenaza se tiró encima del abuelo y mientras éste pensaba que aquello era otro de sus mejores sueños, creyó oír:
– Policía, queda usted detenido por presunto homicidio en segundo grado con premeditación, alevosía y nocturnidad.
Lo que empezó como un sueño acabó siendo una pesadilla. Llevaban varios meses observándolo, tras los dos asesinatos de dos chicos jóvenes que se habían citado a través de Twiter en el parque, sucesos de los que ni se había enterado porque estaba muy ocupado en su investigación. No tenía coartada, no tenía escapatoria. Entre las fotos y grabaciones que guardaba como material de investigación, se encontraban las de los dos asesinados con una navaja multiusos.
Cristina García Requena
Aunque este relato carece de la fuerza y expresividad del primero, va por otros derroteros, es un suspense y trama casi policial, demuestra una gran imaginaci
Relato de gran originalidad, trama excitante, personajes muy bien perfilados y desenlace desconcertante.
La secuencia de la accion es de una gran armonia ; el relato verosimil y el autor maneja la trama con gran maestria, amen de que el vocabulatio es de un agran riqueza y expresividad.
Solo me queda felicitar calurosamente a Cristina por esta peque