Tic-tac. Las cinco y media. Hace un calor espantoso en este hospital. Sin embargo, cuando amanece, hay un rato en que me hielo de frío. No creo que la temperatura baje en realidad, seguramente es el cansancio. No duermo ni un minuto, porque él tiene un sueño irregular y agitado. Cada cierto tiempo se sienta en la cama porque no puede respirar y se inclina hacia delante. En Urgencias nos dijeron que los asmáticos también suelen hacerlo porque eso los alivia, pero su problema es el corazón, una enfermedad que viene de treinta años atrás. Insuficiencia cardiaca. Insuficiencia respiratoria. Es angustioso.
Pero ahora está tranquilo. Duerme destapado y yo, sentada frente a la cama, vigilo su respiración esperando que pueda descansar al menos una hora, media hora, y doy alguna cabezada mirando sus pies desnudos a través del piecero. Medio soñando, veo otra habitación muy parecida, la misma distribución, dos camas niqueladas como éstas, sólo la ventana y la puerta cambian de sitio: es la mía y de mi hermana cuando éramos pequeñas. Nos llevamos apenas un año. ¿Hay una cuna entre las dos camas? No lo recuerdo bien. Mis padres duermen profundamente -es una tarde de verano, hace mucho calor-, vestidos pero descalzos sobre las colchas blancas con pequeños dibujos azules, y mi hermana y yo jugamos junto a la ventana, en la misma posición en la que estoy yo ahora. Para hacerla reír, paso la uña por la planta de su pie y él no se despierta, pero lo retira doblando la rodilla con un movimiento brusco. Y yo vuelvo a repetir dos, tres, cuatro veces la misma maniobra hasta que lo miro para comprobar si sigue dormido y… oh… qué guapo es, pienso,… oh… qué guapo… Y qué joven era mi padre entonces.
Él habla en sueños todas las noches. La mayor parte del tiempo no se le entiende nada. Alguna palabra, alguna frase suelta. Anteayer le oí decir claramente: “una vida que se extingue”. Poco después, un revuelo en la habitación contigua: una de las pacientes había muerto. Me pregunté si en ciertas circunstancias uno es capaz de oler la muerte, si se refería a sí mismo, si sabe en qué situación está. Porque se muestra siempre tan sereno y sin señal de preocupación o miedo… Y ahora empieza a murmurar otra vez y tampoco consigo comprenderle, pero entre ese batiburrillo confuso e incoherente le escucho pronunciar con limpidez como si me estuviera leyendo el pensamiento: “Yo era tan joven y tan fuerte…”
Mi padre. Hace tan poco de aquella tarde… Las dos imágenes flotan superpuestas y se confunden la una con la otra y yo comienzo a sentir frío y lloro sin hacer ruido. Era tan joven y tan fuerte…
NINA