Notar dos yemas, ajenas,
pequeñas,
entre mi corazón y mi anular
y volver la cara,
en giro sucinto y torpe,
para comprobar que tus pestañas
no muestran miedo
al avance de mi mano en tu cintura
buscando tanto que no se ve.
Y no tiene fin en una carne ni en un deseo,
ni en una vida que se nos irá, lento, sin ver.
Tanto que no se da,
tanto que espero,
tanto que es música
que en tu oído
no deja son ni tronar.
Tengo yo esa valentía tan tonta,
que es vergüenza en mi ética,
de buscar en tus caderas
la paz que me hace dormir,
en turbio desvelo, sin percance,
cuando no soy más que eclipse de tiempo.
Aún no sabes cuánto de eterno
escribiste en un pergamino sin papel.
Y aunque no estés, porque te vas en trenes de ausencia,
tan tibia como el nosequé que te busca,
es tu abrazo de piel y alma
el sueño que yo quiero perseguir, que yo toco,
que yo tomo sin consentimiento tuyo.
Tú te das al cansancio
mientras yo recojo
ese testigo de Vida
que sólo en mis sienes
llego a apaciguar.
Y que siendo muerte, es aire de mi vivir.
Y tú, algún día,
no tan tarde,
conocerás.
Verónica Victoria Romero Reyes
Atramentun
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