Los blogs suelen ser empalagosamente egocéntricos. El autor, se dice, necesita ser reconocido, alabado, admirado; alimentar su autoestima para escribir. Muchos sí, son depresivos, y necesitan casi diariamente una dosis de vanidad y halago.
Otros utilizan estas páginas volátiles para mostrar la otra cara del ensimismamiento: desahogar su rencor, su enfado contra el mundo en
general y contra alguno de sus enemigos en particular, casi siempre políticos.
Otra cara (hay muchas) es la de la falsa modestia. Son ésos que van dando lecciones de humildad y tolerancia, pero a la primera de cambio les sale la soberbia acumulada que dibuja el gesto desabrido, el comentario agrio y despectivo.
Yo no me erijo en modelo de nada ni de nadie, pero me tomo el oficio de escribir como una lucha contra los engaños del ego, monstruo de mil cabezas. Más aún: proclamo la teoría de que, a más ego, a más ensimismamiento, a más engreimiento
y autosuficiencia, peor escritor, peor obra, por más prestigio y fama que tenga. ¿Por qué? Porque al tal escritor le resultará muy difícil no meter esa egomaníao egolatría en su escritura, no sólo en lo que escribe, sino en cómo escribe.
Acabo de publicar las “Memorias de un judío sefardí” y me han pedido que reflexione y explique sus claves literarias y narrativas. Un trabajo académico que me obliga a releer críticamente el texto. Pues bien, confieso mi total perplejidad, pues no puedo asegurar que haya sido yo quien realmente lo ha escrito. No encuentro en mí ninguna entidad, ningún sujeto, ninguna identidad a la que pueda atribuir hoy la autoría de este libro. Siento que la obra, una vez escrita, se ha desligado por completo de mí y tiene su propia entidad
autónoma y autosuficiente.
El engaño, la ilusión de pertenencia nace del hecho de que en el texto aparece mi nombre y apellido, en la portada y dentro del libro, como autor del texto. No es más que apariencia, porque una de las claves del libro es precisamente que el autor se borra al transformarse en narrador, del mismo modo que la persona de Dan (Nahor), protagonista del libro, desaparece en el personaje de Dan Kofler-Dino del
Monte.
Cervantes creó un ente de ficción y lo hizo tan real que acabó siendo más real que la mayoría de los personajes de su época, incluido el propio Cervantes. De la ficción literaria llegó a la realidad, problematizándola e intensificándola. Yo he seguido el procedimiento opuesto, como reflejado en un espejo: he partido de la realidad para transformar al protagonista real y al autor real en personajes literarios. De la realidad he ido a la ficción, haciéndola más real y problemática.
Todo es verdad, pero la verdad está hecha de realidad (imaginada) y de ficción (verdadera). La obra es real y permanente; el autor, irreal y pasajero. Yo soy el responsable de estas “Memorias de un judío sefardí«, pero no su autor. No tengo conciencia de serlo ni de haberlo sido.
Somos instrumento, medio, manos movidas por fuerzas misteriosas que nos atraviesan y poseen durante un tiempo para que realicemos lo que tenemos que hacer. Cuanto más transparentes, cuanto menos importantes nos creamos, más limpia y perfecta será la obra que a través de nosotros se realice.
La auténtica escritura es un acto de desprendimiento; y la literatura verdadera, superación y disolución de los límites del yo.
Santiago Tracón
Blog del autor