Por Ninidiosniamo |
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Llevo unos
días leyendo sobre la polémica que ha
provocado el asunto de la niña que
quiere llevar el velo a clase.
Hay quien
dice que, pobrecita, que la niña no hace
daño a nadie.
Pero en
ningún lado pone que hayan desaparecido.
Y, puesto que parecemos abocados a la
multiculturalidad, nos guste o no, lo
suyo es que todos los colores, todas las
razas, todas las ideologías y todas las
creencias acaten las normas, o esto será
la lucha de civilizaciones (si no lo es
ya). Vayamos por partes. La niña tiene 16 años. El Estado no la obliga a seguir estudiando. Si está en el Instituto es porque ella – o su familia- quiere. Nadie le ha prohibido seguir estudiando. Sólo le han pedido que cumpla las mismas normas que cumplen sus compañeros. No es el centro, sino su religión, quien está violando su derecho a una educación. Los padres de Nawja decidieron inscribirla en un Instituto público en un Estado laico, y sabían que una de las normas era que no se podía llevar la cabeza cubierta. Su padre trabaja de no se qué en la mezquita. ¿De predicador? Lo mismo el hombre está cumpliendo una misión divina, y por eso, cuando a su hija se le antoja ponerse un velo, las normas del centro tienen que cambiar. Imaginemos que Nawja se llama Luna, que su padre es un hippie que no se corta el pelo ni la barba desde los años 60, que va en pelotas y que, fumando un porro ante las cámaras, dice que el Instituto debe cambiar las normas porque a su niña su religión naturista le pide que vaya desnuda a todas partes. Si se cambian las normas a petición de todo el que esgrima una religión, la que sea, podríamos decir que al fin llega la anarquía:
Sólo
tenemos que fundar una religión que nos
obligue a ir en pelotas a trabajar, y
que nos prohíba pagar impuestos y
multas, respetar los límites de
velocidad y escupir en la calle. Abril 2010. Fuente: ProscritosBlog
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