el que escarbó la tierra con los dientes,
el que sembró barbechos y elegías,
el que escribió con rayos estridentes
queriendo regresar a aquel amigo
desde el vasto país de los ausentes.
Quién fuera el trovador, quién el testigo
capaz de describir este agujero
en esta tarde cruel en que mendigo
unas briznas de amor, un consejero,
una mano tendida o una rosa
que me devuelva ilesa a la que quiero.
Porque soy sólo un grano, poca cosa,
para tan larga ausencia prolongada,
para esta tarde dura y sin esposa,
para esta soledad en la mirada,
para esta piel reseca como un perro,
para esta sensación de no ser nada.
Quién pudiera, Miguel, romper el hierro,
deshacer los relojes, quebrar rocas,
alfombrar de caricias mi destierro,
conocer el lenguaje de las bocas
y dejarse llevar por el recuerdo
de las horas felices, siempre pocas.
Tengo miedo a la sombra en que me pierdo,
tengo miedo al vacío de mis manos,
tengo miedo a dormir estando cuerdo.
Los versos que escribí resultan vanos,
si me falta la fuente en donde bebo,
si sus ojos se muestran más lejanos.
Quiero gritar su nombre, y no me atrevo,
no vaya a ser que el viento se lo quede
y la noche se vuelva hiel, de nuevo.
Puede que me derrumbe, o también puede
que mis alas remonten la distancia
que de ella me separa, o que me enrede
en el brumoso mar de la inconstancia
donde su voz de espuma se hace ola
y su boca es un eco de ambulancia.
Quiero, amigo Miguel, ser caracola,
y aullar este dolor, que es mi tirano
cuando su imagen gris se tornasola.
Quiero, amigo Miguel, ser hortelano
de un tiempo que se extiende ante su imagen,
que me clava un puñal en cada mano,
que me sube a una cruz sin que me bajen,
y me deja colgando del olvido
en este atardecer que no hace ruido.
© Juan Ballester
¡Fantástico poema! Miguel Hernández seguro que estaría orgulloso de homenajes como este.