Deambulo por el centro de la ciudad, perdido, mareado, rebotando contra los postes y las paredes como una bola de pinball.
No sé como he llegado hasta aquí, hasta ésta maraña de luces y veredas que no se quedan quietas, hasta éste enjambre de calles que se tambalean y se inclinan. No sé como caí en esta realidad, en qué momento he llegado a ser yo mismo uno de esos seres marrones y andrajosos que andan rebotando por la vida, uno de esos personajes marginales que se mueven sin rumbo por las calles con la ropa correosa de cebo humano y hollín, con un olor a todos los olores, con una larga barba y una maraña en el cabello.
Voy a ningún sitio, ya lo sé; voy a la deriva por este suburbio de rascacielos, voy con un paso rastrero, con un saco largo y roído de tiempo, con una botella a punto de vaciarse, unas cicatrices mal curadas y un rostro adusto, reseco y resquebrajado, un rostro sin más edad que la del dolor, un rostro que deja adivinar un historial de sufrimientos y fracasos, de traiciones y abandonos.
Merodeo sin rumbo, chocando aquí y allá, girando y volviendo sobre mis pasos en éste laberinto de cemento del que no puedo salir. Un actor sin guión en un escenario de hormigón y vidrio. No importa hacia donde vaya, por más que me desvíe sigo cayendo, a veces parece que subo, pero es sólo una ilusión temporal, en verdad sigo decayendo, siempre más abajo, más abajo de la escoria, escoria de la escoria, reboto y caigo, como una bola de pinball.
La botella llegó a su fin, los recuerdos amenazan volver, la tragedia de la realidad me acecha agazapada tras la alborada de la lucidez, preparando su salto, afilando sus garras del pasado.
Una limosna por favor, debo comprar un jarabe para la memoria. Los temblores aparecerán en breve. Una monedita señora, necesito un remedio para curar un fuerte y viejo dolor. Nada de nada, los trajinantes y atareados pasos me lanzan miradas furtivas, me huyen y me rehuyen, me empujan y desprecian. Me esquivan como a los perros muertos, como a los baches abiertos. El pasado se empieza a dibujar y el sudor me empapa, un sudor frío que me brota desde el alma como una llovizna interna, como un rocío de escarcha. Una monedita por favor que se me agolpan los desengaños, que las heridas viejas se están abriendo y amenazan desangrarme, que los rostros de los traidores hijos de puta están apareciendo de vuelta frente a mis ojos. Me urge una monedita señor, que ya empiezo a recordar como llegué a ser esto. Una monedita por favor que la nefasta realidad ya casi está aquí. Una monedita que quiero seguir siendo una bola de pinball. Insert coin to continue.
La botella está en mi mano, la moneda no, nunca lo estuvo. A correr. La bola corre y huye, gira y busca, rebota contra los portales, contra los umbrales y contra los carteles hasta que por fin se pierde entre la marea humana, se mezcla en el río de cabezas ocupadas simulando que también ella tiene un motivo y un lugar a donde ir, se mezcla simulando que no esta cayendo, pero si lo esta haciendo, las bolas de pinball siempre caen, siempre caemos.
Por fin llego a un recoveco oscuro y seguro. Extended time. Extra points. Vendrán por mí, enseguida vendrán, la bola debe apresurarse a beber o perderá la botella.
Esto está mejor, mucho mejor. Se desdibuja la ciudad y con ella los fantasmas que me acosaban. El tiempo se estira, el pasado se aleja hasta ingresar en el territorio del olvido, se aleja hasta perderse detrás de los edificios, hasta marearse entre las avenidas y enredarse en el humo de los coches; pero no se quedará allí por siempre, antes o después el pasado saldrá en mi busca, seguirá mi rastro de mugre añosa y de lágrimas secretas, me seguirá como un demonio sabueso, andará en zigzag, olfateará el aire, dudará, me rodeará y por fin me alcanzará, implacable y certero como mi sombra.
Apuro el trago, todo se vuelve irreal, es tiempo de tregua, me pongo en marcha. Mi presencia se aparta de mi cuerpo transformándome en un ente imposible, ajeno a sí mismo. Me desconozco, soy nadie, por fin soy nadie, soy el usurpador de un cuerpo anestesiado, un cuerpo que no me pertenece, un cuerpo vacío y en blanco, sin pasado ni biografía. ¿Cómo he llegado a ser yo mismo uno de esos seres marrones y andrajosos que andan rebotando por la vida?. El juego continúa, you win a extra ball, la bola rebota contra los transeúntes, contra una cabina de teléfono, contra los quioscos, la bola se cae y rueda, se levanta y rebota en los carteles, en los árboles, en las vidrieras.
Ya vienen por mí, lo intuyo, lo adivino. Tiro la botella vacía y cruzo la avenida, la bola corre y choca los autos y rebota. Los ruiditos del pinball urbano son las bocinas y las frenadas, pero la bola no teme, se ríe del miedo, zigzaguea y grita eufórico entre los carriles, llora y putea a contramano, rebota abollando chapas, dando alaridos y levantando los puños hacia la llovizna. New hig score.
Unas luces enormes me embisten, la bola de pinball vuela a la llovizna y por un segundo ve el tablero desde arriba. Golpe fuerte, muy fuerte. Tilt, tilt, tilt.
La bola de pinball queda tendida en el piso, de cara a la llovizna ácida que se descuelga lentamente; el asfalto está duro y frío. La noche oscura de sombra y smog se abre camino entre las cumbres nebulosas de los altos edificios, se abre camino hasta mis ojos entre las antenas y los pararrayos, entre las terrazas desiertas y las columnas del alumbrado público.
Me rodea un coro de sirenas ululantes, un ballet de luces amarillas y rojas que titilan enloquecidas como las lamparitas de color de los pinball, un ballet de luces amarillas y rojas que parpadean histéricas a mí alrededor, al rededor del ente marrón y andrajoso que está entorpeciendo el tráfico, estorbando el normal fluir de los peatones civilizados, de los correctos ciudadanos empaquetados en sus solapas ejecutivas, ahorcados en los moños de sus corbatas acartonadas. Balizas y uniformes incomodan el paso de los prósperos citadinos enlatados en sus chatarras de brillo cromado y de confort plástico. Tamaño contratiempo, dirán, y sólo por una bola de pinball, sólo por uno de esos seres marrones y andrajosos que andan rebotando por las calles, por la vida.
Unos guardapolvos me hablan, mueven sus mudas bocas mientras a sus espaldas pasan los autos, mientras a sus espaldas el semáforo se pone amarillo y rojo. Me gritan. Voltaje, más voltaje. Mi pecho se eleva, me retuerzo, me arqueó, aprieto los dientes y curvo la espalda. Pero es inútil, las luces se apagan, los sonidos se callan, el frío y la llovizna desaparecen, el dolor se va y con ellos el pasado, ya no me alcanzará nunca más. Over, the game is over.