Han pasado ya diez años desde aquel día y lo recuerdo perfectamente, recuerdo incluso los sentimientos y sensaciones que viví los días previos, supongo que hace falta algo más que tiempo para borrar de mi mente una semana llena de emociones de lo más dispares. Como bastantes grupos de teatro amateur, sobre todo siendo de una ciudad pequeña, nuestra primera obra la representábamos en una Casa de Cultura, en realidad se trataba de un concurso para grupos amateurs en el que competíamos por 500.000 pesetas, unos 3.000 € de los de ahora, para poder salir de gira con la obra por la provincia. En aquel momento no podíamos pedir más, estábamos tan emocionados que era imposible hablar o pensar en otra cosa.
Atropelladamente fuimos comprando lo imprescindible para poder montar el escenario, no podíamos permitir que nada se nos escapara de las manos, habíamos trabajado mucho para llegar hasta allí. Llevábamos un par de días durmiendo en casa de Laura, nos quedábamos allí solo porque teníamos libertad, estoy casi segura de que ninguna la aguantábamos. Pasamos las dos noches anteriores al estreno cosiendo trajes y pintando el decorado entre cajas de comida rápida, sumergidas en una densa nube de hachís. Entre carcajadas y alguna que otra disputa sobre la creación y la creatividad del decorado, terminamos de hacer el trabajo de fondo. El día de la representación caía en viernes, quedamos por la mañana para montar el escenario y hacer unas marías, repasar el texto rápidamente para afianzarlo, y seguimos en el Centro cultural hasta que todo empezó. Las horas pasaban volando y parecía que no nos daba tiempo a terminar de prepararnos. Recuerdo que estaba más nerviosa que nunca, hasta entonces nada había conseguido alterar tanto mi habitual estado de calma. Esa vez todo era distinto, había público y la tensión era, a mi manera de ver, justificada.
Habíamos acabado de montar el escenario con todos sus pequeños detalles y en el camerino mis compañeras ultimaban los preparativos de la obra, cuando me entraron unas ganas de orinar terribles. Supongo que esto no hubiera sido ningún problema si hubiera habido servicios en el camerino, pero no era el caso, como he dicho estábamos en una Casa de Cultura, y ya se sabe, a menudo las instalaciones no son las deseadas. El director de escena no quería ni escuchar la propuesta de salir un segundo por el patio de butacas, llegar al cuarto de baño, desahogarme y volver aliviada, así que solo me quedaba salir a escondidas. A lo largo de la obra bebía alrededor de 9 copas de una mezcla insípida a base de mosto rojo y agua que simulaba coñac, las mismas de coca-cola aguada simulando cubatas, y otras tantas compuestas por mosto blanco y agua simulando whiskie, vamos que mi personaje era un poco alcohólico, y la sola idea de insertar más líquido en mi cuerpo sin haber pasado antes por un servicio, me producía escalofríos. No podía concentrarme en otra cosa, me sentía bloqueada por completo así que, contrariando al director, me decidí a salir. Me escondí entre mis compañeros y llegué a la puerta que comunicaba con el patio de butacas, pero al ir a abrirla me asaltó la maquilladora histérica porque todavía no habían empezado conmigo y fue imposible deshacerme de ella. Busqué con la mirada un recipiente en el que poder aliviar la presión de mi vejiga y no di con él.
En contra de su voluntad la chica me maquilló de pie y mientras realizábamos los ejercicios pertinentes para calentar la voz, evité la respiración estomacal y los tonos graves, intentaba no ejercer ninguna presión extra sobre mi vejiga. Poco a poco mis compañeros empezaron a acercarse a mí para darme apoyo pues era quien abría la obra, y notando mi tensión me preguntaban cuál era la causa. Contárselo fue lo peor que pude hacer, según se iban enterando de lo que me pasaba, misteriosamente se iban contagiando de mi mal y cuantas más quejas escuchaba, más aumentaban mis ganas. En pocos minutos se empezó a oír el murmullo del público al otro lado del telón y, en ese momento, supe que ya no podría salir ni a escondidas. Sin duda me iba a tocar esperar las dos horas que duraba la obra para poder pasar por un baño.
Terminamos de colocarnos los sombreros y demás adornos cuando escuchamos la peculiar composición de Piazzola que anunciaba el principio de la muestra. Todos mis nervios se concentraban en mi vejiga, quizás por eso, al salir a escena y romper el silencio, en vez de iniciar texto el público escuchó un: -«buenas noches damas y caballeros, disculpen las molestias pero me estoy orinando a más no poder, con su consentimiento y creo que sin él también, vuelvo en cinco minutos».