III Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen


14 marzo - 2006

90- AZUL KUKI. Por AZZURRO

Azul que articulas este relato, déjame contemplarte. Déjame que te cuente, azul, como ese día vi el cielo. Pero para eso, azul, no tuve que mirar por la ventana. Simplemente bastaba con ver a Begoña a mi lado, ese era todo el cielo que yo deseaba. O rus, quando ego te adspiciam, que diría Virgilio. Oh, Begoña, cuánto te contemplaré, que digo yo. Azul, mira que pasó tiempo. Pero cómo contártelo. Sabes, es como cuando de niño ibas a la playa, como esa sensación, al volver a tu casa a dormir, cuando acostado sientes aún que te acunan las olas del mar. Azul. Al principio la veía poco, pero claro, cuando volvía a casa a dormir, tras visitar su casa, que yo conocía muy bien, no en vano, de chico, solía pasar allí más tiempo que en la mía, especialmente en vacaciones, azul, recuerdo que sólo había cielo cuando estaba en esa casa, un cielo que pintábamos juntos, el cielo que se pinta en la infancia, luego, de mayor, hubo una época en que dejé de pasar por allí, porque después de la infancia hay que pasar un purgatorio, tras visitar su casa, decíamos, acostado sentía aún la voz de Begoña, acunándome, diciendo: Buenas noches, Pablo.En su casa me lo decía, azul. Claro que lo hacía tras una invocación mía del tipo:
-Kuki.
-Qué- decía ella.
-Buenas noches.
-Buenas noches, Pablo.

Si yo escribiera un relato al uso, un relato que no fuera azul, probablemente me demoraría en describir a Begoña, en describir su belleza. Pero no. Piensa sólo en el azul. Para contar esto debo meterme en el azul, sumergirme en el azul, perderme en el azul. Porque sólo cuando me pierdo en otra persona, me encuentro a mí mismo, como dijeron los Depeche Mode. Análogamente, azul, si me pierdo en ti, tal vez encuentre la manera de continuar. Nubes y barcos que te surcan.

Nubes. Si el lector, azul, quiere imaginarse la casa, blanca como las nubes, debe tener en cuenta que mi memoria me engaña, y que sólo será una recreación idealizada. La casa, en esta nuestra recreación, tiene nada más entrar dos pasillos, uno de frente y otro a la izquierda. Si en lugar de torcer a la izquierda seguimos de frente nos topamos con la puerta de la habitación de atrás, habitación de la kuki y sus hermanas. Siguiendo el otro pasillo nos encontramos otras dos habitaciones, un cuarto de baño, el comedor y al final del pasillo, de frente, la cocina. Esta, larga y oblonga, se estira hacia la derecha, desembocando en un lavadero, que da lugar a una terraza que ocupa todo el ancho de la casa. No me negarás, azul, mi esfuerzo en otorgarle covencionalidad al relato, y en hacer que el lector se sienta más cómodo. El sintagma nominal: “habitación de atrás”, pronunciado con la cotidianeidad propia de quien vive en esa casa, adquirió con el paso de los años una resonancia mítica en mi imaginativa mente, mientras que mis amigos, que vivían en esa casa, por orden de edad, María, Marcos, Verónica, Lorenzo, Begoña y Antonio, mi mejor amigo, mi otra mitad, y sus padres, se confabulaban, de un modo misterioso, de un modo sutil, de un modo ignorado por todos nosotros, para pintarme el cielo. De noche, si miro a las estrellas, claro está, es a ellos a quien veo.

Barcos. Los vericuetos, travesías y odiseas de la adolescencia me separaron, siquiera difusamente, o ligeramente, de esa casa, de esa terraza, lugar de los juegos infantiles de Begoña, Lorenzo, Antonio y yo. De chico, azul, yo ya estaba enamorado de Begoña, pero una idea precoz e infusa de lo que era el amor platónico, junto con una timidez que no exagero al calificar de excesiva, tal vez una cosa incluya a la otra, me impedían hacerle partícipe de mis sentimientos. Pasada la adolescencia, azul, logré trabajo en el restaurante que regentaba la familia, así que poder estar de nuevo conviviendo un poco más con mis amigos supuso un pedazo de cielo. Como el lector, al que yo veo azul, preverá, yo siempre había querido trabajar allí, no sólo para estar con Antonio, mi mejor amigo, mi otra mitad, y no me importa repetirlo, sino también, y tal vez con mayor intensidad, para trabajar con la kuki. Allí viví momentos de tanto azul, que hubiera trabajado sin cobrar. Ese entrar a la cocina llamando a mi María a gritos, aunque la tuviera a un metro, ese exasperar a la Vero, ese hacer el tonto con Lorenzo y Antonio, ese decirle tonterías a la kuki, ese quedarnos con los amigos hasta las tantas ya cerradas las puertas, todo eso era azul celeste, y ocurría en el restaurante.

Pero, como dicen los de memoria floja, todo lo bueno se acaba. (Esto es mentira. Mientras lo recordemos, no se acaba. Basta con que rememoremos un incidente, una anécdota, un pormenor, para que no se acabe. El restaurante nunca morirá. Lector, que tu vida sea azul marino o celeste, haz de tu vida un cielo, pero recuerda siempre que tienes un tesoro oculto en la memoria). El restaurante cerró, yo perdí la orientación un año o dos, y luego volví a la casa. (Era un continuo fluir de risas y carcajadas, el día en que Antonio trajo una peli porno, la puso en el ordenador, y nos obsequió con el más memorable doblaje cómico que hayan registrado nunca los anales de la historia. Anales se refiere a libros).

Déjame que te cuente el azul de las veladas. Cuando salía de trabajar me dirigía a la casa de mis amigos, tal vez lo indicara mejor si dijera segunda familia, llevaba a veces algún dulce adquirido en la panadería que enfrentaba la casa, mírala, la panadera, otro amor platónico, pero éste era como de segunda clase, y subordinado a mi amor por la kuki, lo mío con la panadera fue, como se dice por aquí, tontear, llevaba dulces, decíamos, y los presentes nos contábamos, plural mayestático donde los haya, porque más que contar yo, contaban ellos, nunca fui muy parlanchín ni parlotero, el devenir de nuestras peripecias vitales. Efluvios azul celeste nos caían al hacerlo, o eso me parece, tengo una memoria muy inventiva, y estos se multiplicaban al aparecer la kuki. Lector, si vieras su sonrisa, sus tirabuzones, sus ojos, su lunar junto a la boca, cielito lindo, me entenderías. Si vieras el azul como yo lo veo, me entenderías. Si queremos que un sentimiento, en este caso un color, refulja cruzando todo el relato, podemos conseguirlo haciendo que funcione a varios niveles. Azul, te refieres a tantas cosas además de al color…

Las veladas. En invierno transcurrían en la cocina, que funcionaba casi como comedor y sala de estar. El número de personas presentes era variable, no siempre estaban todos los hermanos, y las visitas de amigos, parientes y novios eran muy habituales. En verano ocurrían en la terraza, es el sino de las terrazas, alojar a personas al aire libre, que miran al cielo buscando estrellas, nubes o pájaros, aves que vuelan libres y confiadas, desconociendo la desdicha, mientras aquí abajo nos empeñamos en salpicar de explicaciones inútiles el mundo, que diría Saramago. Deberíamos aprender de los pájaros, volar libres y confiados.

Y es así, azul, como llegamos al presente. Presento el relato a la kuki, que lo lee. Supongo que debería decir lo que pasa a continuación, pero lo desconozco, debo esperar a que el texto termine para que me dé su opinión. Y todo es tan azul…
Lector, no te pierdas. Y si lo haces, busca a tu kuki, busca tu cielo, o píntalo, busca el azul, busca el tesoro oculto en tu memoria, busca a los pájaros, busca el mar, haz de tu vida una búsqueda continua. Kuki, no te pierdas. Dime que estarás en casa cuando vuelva.