III Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen


16 marzo - 2006

104- LOS DOS PUENTES. Por VIAPINAR

Sonó el teléfono, aproximadamente a las cuatro de la tarde, era la policía; comunicaron a Pedro que su hijo David estaba grave, y lo habían llevado al hospital.
El impacto fue inmenso, le dejó temblando, se sentó en el sillón de la salita sin dejar de llorar; no podía pensar, tan sólo sentía una enorme pena como si le hubiesen arrancado el corazón, estaba confuso.
Nerea, su mujer, entró en la habitación para despedirse, había quedado con amigas para tomar café; la esposa al observar el llanto y la cara desencajada de su marido, le preguntó qué pasaba.
A Pedro le costaba respirar, abría y cerraba la boca como si fuese un pez que se quedaba sin oxígeno. Nerea, rápidamente, cogió una bolsa de plástico del supermercado y se la puso en la cabeza, tras unos minutos su ánimo fue calmándose, la crisis de ansiedad se le estaba pasando. Se quitó la bolsa de un zarpazo, se levantó y abrazó a su mujer con fuerza balbuceando el nombre de su hijo. Nerea comprendió que algo malo había sucedido a David y el corazón se le encogió.
-Un accidente con la moto -dijo Pedro con nerviosismo.
Nerea dio un puñetazo en el pecho de su marido, y gritó desconsolada:
-¡Te dije que no se la compraras!
La mujer empujó a Pedro:
-¡Es culpa tuya! Le regalaste la moto por Navidad, en contra de mi parecer, y ahora está en una cama luchando por vivir.
-¡No digas eso! -Le suplicó-. Debemos estar más unidos que nunca, nuestro hijo nos necesita -le reprochó el marido con lágrimas en los ojos.
*****
Bajaron hasta el zaquán del edificio y Pedro llamó un taxi; tras quince minutos de trayecto llegaron a la puerta principal del hospital.
Fueron al mostrador de recepción y preguntaron por David; la enfermera consultó la hoja de ingresos, habló por teléfono y luego los mandó hasta la segunda planta para que consultaran con el médico. Su hijo se encontraba en la unidad de cuidados intensivos y podía ser que no pasara de aquella noche, tenía un traumatismo craneoencefálico.
Nerea era incapaz de controlarse, se tumbó en el sofá de la salita y Pedro quedó con la mirada perdida sobre las blancas paredes. El doctor Montes se les acercó y se presentó como el neurocirujano, y con mucha amabilidad les advirtió que si el joven lograba pasar la primera noche debería ser operado durante las próximas veinticuatro horas, y tenía el sesenta por ciento de posibilidades de quedar postrado en una silla de ruedas. Les aconsejó que se fueran a casa, nada podían hacer allí; les entregó unos relajantes y prometió que ante cualquier cambio les llamaría. La enfermera pidió un taxi, a pesar de las protestas del matrimonio.
*****
Cuando llegaron a casa, Nerea tomó dos pastillas y se tumbó vestida sobre la cama, enseguida se quedó dormida; Pedro no se quitó ni el abrigo, llevaba el móvil conectado y volvió a salir.
Era una noche de marzo bastante fría, el invierno daba sus últimos coletazos; Pedro necesitaba pasear y fumar, llegó hasta uno de los dos puentes que unía las dos orillas del río que cruzaba la ciudad. Se oía el murmullo del agua, se asomó a mirarla y por un momento se le pasó por la cabeza hundirse en ella.
Abrió la boca, se le escapó un grito de dolor, las lágrimas le resbalaron por la cara; puso los brazos en cruz como para pedir perdón, el sentimiento de culpa le aguijoneó con fuerza.
Comenzó a correr sin rumbo, cuando se detuvo tenía las piernas temblorosas y un calor sofocante lo invadió, se quitó el abrigo y lo tiró al suelo, jadeaba, y observó que había llegado hasta el otro puente del río.
Posó su mirada en las luces que alumbraban la noche, y volvió a oír el murmullo del agua, que se entremezcló con el sonido de su teléfono; estaba aturdido, y el timbre lo sacó del ensimismamiento.
Contestó con un hijo de voz, era el doctor Montes que le comunicó que David había salido del coma, y lo iba a operar de inmediato. Alzó los ojos al cielo y dio las gracias. Recogió su abrigo del suelo y se lo puso en los hombros; la esperanza surgió de su interior, una fuerza lo arrastraba a luchar por la vida de su hijo. Volvió a su casa, Nerea seguía durmiendo por lo que fue hasta el cuarto de David y cogió una foto suya, la abrazó:
-Nunca te abandonaré -dijo.
*****
Salió a la calle y fue andando hasta la clínica, que aunque quedaba lejos, sabía que tenía tiempo pues la operación duraría alrededor de cinco horas.
La mañana llegó con el éxito de la intervención quirúrgica, pero el chaval seguía entubado y respiraba artificialmente, estaba sedado.
Pedro entró en la habitación, la impresión que se llevó fue tremenda, le acarició la mano y se la besó; no podía dejar de llorar. La enfermera le pidió que saliera de la habitación, todavía estaba grave.
Telefoneó a Nerea, que continuaba en la cama: le contó las buenas noticias; se hizo un silencio a ambos lados del aparato, los dos sollozaron pero esta vez aliviados.
La madre fue al hospital; el día transcurrió lento, las horas se hacían interminables, al fin el doctor Montes les comunicó que el pronóstico era alentador, evolucionaba favorablemente y tenía sensibilidad por todo el cuerpo.
Después de ver a su hijo, bajaron a la cafetería a tomar un bocadillo, pero debido al agotamiento decidieron pedir tan sólo un café.
*****
Pasaron los meses, y David mejoró, al principio no tuvo más remedio que ir en silla de ruedas pero con la rehabilitación consiguió andar.
También fue operado de las mandíbulas, se las había roto y las tenía fuera del sitio; el habla le quedó un poco afectada, pero todo aquello eran pormenores, porque desde entonces había vuelto a nacer.