«Hoy me ha llegado una carta en la que me han comunicado que mi vida se acaba en dos semanas. Es tan triste saber que tu vida se acaba… sobre todo si aún no se sabe cuanto tiempo te queda hasta morir.», exclamó aquel tipo mientras con ojos vidriosos contemplaba su vaso casi vacío. El dueño de la tasca le sirvió otra copa. «A las siguientes invita la casa.», dijo dejándole la botella de orujo junto al vaso. El joven sentado al otro extremo de la barra había oído al hombre triste y semiborracho, perdiendo las ganas de seguir celebrando en soledad su reciente incorporación a la empresa de cuya entrevista había salido triunfante. No conocía a nadie en aquella ciudad, y tras hospedarse en el hostal más barato, decidió tomarse unas copas como homenaje a su próxima incorporación. Entró en aquella tasca tranquila y solitaria, en la que los escasos clientes parecían conocerse de toda la vida, aunque ninguno hablaba, bebiendo todos en silencio. No le importó en absoluto aquel aire de tristeza que se respiraba. Unas cuantas copas y se marcharía a dormir. Entre copa y copa se fue convenciendo de que dejar el puesto de encargado en la librería de su pueblo suponía trabajar muchas más horas; renunciar a continuar saliendo con los amigos de toda la vida; ver a la familia en contadas ocasiones… pero merecía la pena. Convertirse en jefe de ventas de aquella multinacional le iba a reportar un mejor sueldo, y una estabilidad que el pequeño negocio de su tío no podía garantizarle. El dueño de la tasca se acercó al joven cuando éste llamó su atención para que le sirviese otra copa. «Debe ser terrible que te digan que te mueres.», dijo el joven en voz baja señalando al hombre triste y semiborracho. «No se muere… lo han despedido. Es jefe de ventas en la multinacional “G&S”, y le han anunciado que lo echan por cambios estructurales de la empresa… gente joven más preparada, le han dado a entender. Después de estar toda su vida sacrificado en exclusiva a su trabajo, sin formar siquiera una familia, le echan sin más ni más. Ni siquiera han sido de decírselo en persona.», comentó el tabernero visiblemente ofendido mientras le servía la copa. El joven sintió un escalofrío. Era la misma empresa y el puesto que él acababa de conseguir. Aquel hombre no tendría ni cincuenta años, y lo dejaban en la calle sin reconocimiento alguno tras toda una vida de servicio. Él estaba decidido a renunciar a su vida por aquella empresa, al igual que aquel hombre había hecho. Consagrar su existencia a producir el máximo posible de beneficios para él y su empresa, pues como le habían dicho en la entrevista, todos los trabajadores debían sentirse dueños de la empresa, para así dar el máximo por ella, pues era en interés de ellos. Se sabía a qué hora se entraba, pero nunca a la que se salía; los fines de semana no siempre se libraba; móvil siempre conectado y disponible para la empresa… y cuantos más sacrificios se puedan enumerar, eso sí, a cambio de un buen sueldo. Toda una vida sacrificado, ¿para qué?, se preguntó en ese momento. ¿Para acabar igual que aquel hombre triste y semiborracho? Decidió que no. Ningún dinero puede pagar tanto sacrificio. Únicamente el reconocimiento y la gratitud compensan en ocasiones algunos sacrificios, y no parecía que aquella empresa tuviese por costumbre hacerlo. Una modesta librería de pueblo no le permitiría soñar con ser un importante hombre de negocios; ni daría pie a lujos innecesarios o boatos absurdos; ni nadie le trataría de señor, aludiendo siempre a su nombre por conocerlo de toda la vida… pero esos detalles no compensaban el entregar toda su vida, a quien con toda seguridad no iba a agradecérselo. Sacrificar su vida por ganar más dinero perdía todo el sentido, contemplando a un hombre que sin duda tuvo sus mismas ilusiones, y que descubría no tener nada. Al fin y al cabo, la torpeza de aquel hombre también la iba a cometer él pasado el tiempo. Nadie escapa a ir haciéndose viejo. Pagó lo que debía, y dejó una ronda pagada para todos que nadie pudo agradecerle pues cuando el tabernero lo anunció éste ya se había marchado.
A la mañana siguiente volvió a su pueblo, junto a los suyos, comentándoles que no había conseguido pasar la entrevista. Todos le consolaron, diciéndole que para la próxima habría más suerte. No habría próxima vez. Supo desde ese día, que nada podía sustituir el sentirse querido.
En la oficina, esperaron durante toda la mañana a que el nuevo jefe de ventas acudiese a firmar su contrato. Ni siquiera atendió sus llamadas en los días siguientes. Él también sabía ser desagradecido.
Heredó el negocio de su tío, quien sin herederos, no pudo buscar mejor sucesor. Y cuando el negocio atravesaba dificultades, siempre sonreía recordándose que la vida exigía siempre sacrificios, aunque él había sabido evitar convertirse en un sacrificado.