Desde hacía tiempo, más del que ella quería recordar, se encontraba sola. Un día su marido le dijo adiós, y se fue. Antes, el desamor, las discusiones y los engaños. Después, los abogados, el reparto y la pena. Una pena enorme, sin motivo principal, pero aplastante y que la llevó a conocer la depresión.
Así que los años en pareja se ahogaron en un tribunal, arrastrando en poco tiempo a compañeros de trabajo, amigos y a los hijos ¡Quien lo iba a decir! aquellos pequeños a los que regaló con todo su amor, los mejores años de su vida y que incluso ya mayores, no sabían lo que podía sufrir una madre por ser mujer, una mujer por ser esposa y una esposa por fingir que es amante y no amar. También ellos se habían distanciado.
Los años habían dejado un reguero de tristeza que intentaba borrar sin éxito. A la pena le siguió la alegría por sentirse sola y aún joven (ese eterno “¡aún eres joven!”) pero pronto se dio cuenta que los gavilanes no son futuras parejas, por muy apuestos que parezcan; atacan eligiendo a la presa más confiada y si esta se resiste, simplemente se van, en busca de otra más bondadosa.
Todo gris hasta que se apuntó a un curso de escritura. Muchos años pretendiéndolo, pero demasiadas tareas para compaginar el deseo y la obligación. Semana tras semana fue formándose como aprendiz de escritora, pero también como mujer libre que descubre que inteligencia se escribe también en femenino.
También se tropezó, por primera vez, con el amor.
* * *
“Un hombre, sentado en un banco,
lloraba sin consuelo.
Veía a las personas pasear
una mujer desde el lago.
Al ver eso pensó en historias de gente
que estaba en el parque.
Tan diferentes, tan iguales
por sentir aislamiento.
Cada persona es una novela,
comenzando desde el nacer.
Escrita día a día,
hasta el momento presente.
Todas con un final. Desconocido.
Solo morir nos reúne
aunque en el mismo lugar
y acaba con el destierre”
Juan Pedro acabó de leer la poesía y se quedó con la mente en blanco. Le había gustado. Se había quedado como desconsolado, con una tristeza que casi le arranca una lágrima, pero a la vez, con una agradable sensación, de calma, de paz interior.
Tuvo que leer de nuevo para analizar el texto con una mente crítica.
Susana, desde el otro lado de la mesa, acomodada en la silla que siempre ocupaba, podía ver el lado derecho de su profesor. Le observaba en silencio. Fijándose en los detalles de su ropa, de su pelo, en las orejas pequeñas, en los labios sensuales, en la nariz recta, en su lápiz que no dejaba de golpear suavemente en la mesa, haciendo rebotar la goma. Sabía que siempre escribía a lápiz. Una vez le contó que le hacía sentirse niño, tal y como hubiese deseado permanecer.
─Atended por favor ─todos dejaron de leer o escribir y levantaron la cabeza─ Pasad a la página seis de las fotocopias que os he entregado. Corresponde al trabajo de Susana. Seguid mi lectura. Quiero que os fijéis en la musicalidad y en el ritmo. Después lo comentaremos.
Leyó con la tranquilidad con la que hay que leer unas estrofas, pero también, con el tono tan especial con que Juan Pedro le ponía música a los textos, daba igual que se tratara de Gabriel Celaya o de Bukowski. Cualquier cosa leída por él hacía que los presentes ladearan ligeramente la cabeza, entornaran los ojos o dibujaran una ligera sonrisa de querubín.
─¿Y bien?¿quien quiere decir algo?
Los nueve alumnos permanecieron en silencio, bajo el mismo efecto que le había producido a Juan Pedro su primera lectura.
─A mi…me ha parecido como…muy triste. Pero no sé por qué. En realidad no profundiza en ningún sentimiento en especial, pero transmite una melancolía que te deja el corazón angustiado.
─Eso es muy interesante Ana, pero que hay del ritmo y de la musicalidad.
Susana de nuevo desconectó para concentrarse en Juan Pedro. Le amaba. En silencio. Desde hacía dos años. Desde el siguiente día de comenzar las clases.
─Bueno ¿y tu qué opinas Susana?… ¿Susana?
─¡Ah, perdón! Pues que…el escritor…si, si eso es…el escritor, siempre quiere transmitir: ideas, situaciones, sentimientos. Tiene pretensiones que desea llevar a cabo, en las que el lector es parte fundamental.
No existe escritor sin lector. Nadie escribe con el ánimo de no ser leído. Incluso cuando plasma en un diario sus vivencias e ideas, en realidad desea ser leído, aunque sea por él mismo, en un futuro, próximo o lejano.
Pero a veces, el escritor se porta como enfant terrible y quiere jugar con el lector, pero con el inteligente, el que sabe reconocer los guiños pícaros escondidos en su obra –y Susana cerró un ojo en dirección al profesor– El que lea su texto debe sentir pellizcos en el cerebro para actuar de una u otra forma: una fecha que debería hacer pensar sobre la edad de un personaje, un gesto que no quiere comentar para que el lector capte un mensaje, un detalle tímido colocado entre otros elementos dentro de una descripción.
En mi trabajo intento transmitir un sentimiento ¡claro que sí! pero cuando se supera los límites de la creatividad vulgar, cuando las ideas bullen alocadas y pugnan por salir, cuando la mano no es suficientemente rápida para plasmar un volcán de imaginación; hay que ser un héroe de las palabras y lanzarse al vacío, atreverse a buscar otros caminos, no solo el que se nos exige, sino crear lo mejor que seamos capaces de hacer.
A veces, el escritor, crea situaciones que conforman una historia, otras, historias dentro de una historia y la mejor de las piruetas, cuando lo hace para que solo el lector avispado las encuentre.
Queridos amigos, no habéis sabido leer mi poema o mejor dicho, lo habéis leído como un todo, sin hacerlo entre líneas.
Quedaros con los renglones impares y descubriréis una nueva dimensión de lo escrito.
Como autómatas, giraron la cabeza y pasaron el dedo, línea si, línea no:
“Un hombre, sentado en un banco,
veía a las personas pasear.
Al ver eso pensó en historias de gente.
Tan diferentes, tan iguales.
Cada persona es una novela,
escrita día a día,
todas con un final. Desconocido,
aunque en el mismo lugar”
Al acabar, repitieron en silencio la lectura, ora completa, ora líneas impares.
─Vaya Susana, realmente, nunca dejarás de sorprendernos.
─Bueno, bueno y bueno ¡estupendo Susana!
─Bien, muy bien.
Ella asentía sonriendo, orgullosa, satisfecha. Con las manos cruzadas encima de la mesa miraba a uno y asentía, a otra sonreía.
─¿Y a ti que te parece Juan Pedro?
─Ingenioso, pero no poético. La poesía es algo más. No solo bellas palabras que nos hacen sentir. Para versar es necesario sumar y restar, conocer la técnica y manejar las herramientas del oficio. Las licencias métricas, la rima, la pausa. Aquí estamos en un espacio académico, donde la doctrina y la enseñanza han de primar sobre la imaginación y el versolibrismo ─Juan Pedro era consciente de la dureza de sus palabras, pero el discurso de Susana, tan eufórico, robándole el protagonismo de la sesión, le había indignado.
─Realmente lo siento. Solo he querido forzar el ingenio y hacer que el grupo forme parte del poema, de forma activa, descubriendo otras lecturas ─Susana estaba avergonzada. Recogía sus cosas con lentitud, controlando cada gesto, pero en realidad quería salir corriendo, sin mirar atrás─ He pretendido hacer al lector bucear entre las palabras hasta que descubra un tesoro.
─No te lo tomes así Susana. Mi obligación es enseñar y he de corregir lo que no vea bien. En este caso, la falta de rigor técnico.
─Tu eres profesor y yo alumna. He de aprender. Tu enseñarme. Yo escribo lo que me indicas y tu, has de leer y corregir. Lo que pediste esta ahí, pero no lo has visto porque has mirado con ojos aborregados ─Susana, ya de pie, junto a la puerta, sentía como la sangre golpeaba en sus sienes y unas ganas irresistibles de llorar, no por la falta de atención de su profesor, sino por haberle fallado el hombre al que amaba en silencio─ Confío en hacerlo mejor la próxima vez, pero mientras, lee con atención y descubre algo más.
Con los versos pares, encontrarás una Copla, que como sabes, es la forma predilecta del canto popular. La forma estrófica que he empleado ha sido dos cuartetas de versos octosílabos con rima asonante en los pares y libre los impares.
Salió sin decir una palabra más. El grupo volvió a actuar como movidos por un resorte, releyendo, en este caso, los versos pares.
“Lloraba sin consuelo
una mujer desde el lago
que estaba en el parque.
Por sentir aislamiento,
comenzando desde el nacer.
hasta el momento presente.
Solo morir nos reúne
y acaba con el destierre”
Juan Pedro aún permanecía inmóvil, mirando a la puerta ya cerrada y pensando en como podría recuperar a su alumna más brillante. A la más querida.
Pasaron dos semanas en las que Susana no supo ordenar su ritmo de vida. Comer, dormir, trabajar, asearse, parecían actividades contestatarias, que aparecían a horas impropias. La culebra de la depresión volvió a enroscarse en su corazón y solo sentía alivio acurrucada en su cama, horas y horas.
Juan Pedro estaba insoportable. Desde el día que vio a Susana por última vez, su cabeza parecía una jaula de monos chillones. Las ideas pugnaban entre si, luchando por prevalecer contra esa actitud de jurista impertérrito, perfecto, doctrinal, que siempre adornaban sus acciones. Eso le alejaba de todos, incluso de las personas que alguna vez le habían querido. La composición y las palabras de Susana le causaron un efecto auditor y por primera vez en su vida, había cedido. Esa mañana, la llamó por teléfono.
El sonido era tan molesto que no pudo contenerse más y de un manotazo tiró el aparato. El auricular se descolgó y desde el suelo, se escuchaba la voz de Juan Pedro que la llamaba de forma insistente. Se incorporó de un salto y contestó, justo, antes de que colgara el profesor.
Hablaron, como un hombre y una mujer, como dos personas, como seres racionales que se regalan el don de estar al mismo nivel. Tras esa charla, vinieron muchas más, tantas como una pareja de enamorados pueden tener en el transcurso de una vida en común. Ella comprendió ese día que a un hombre no hay porque mirarle desde abajo. Él descubrió que no solo un poema se puede leer entre líneas, también el alma de una mujer.